Por Francisco ELA ABEME
Ya veníamos arrastrando nuestra congénita falta de formación, ante la asombrosa desidia de la administración colonial y los tardíos esfuerzos de los claretianos.
Por lo que, cuando nos hicieron demócratas por decreto, los tumbos se agudizaron. En consecuencia, los planteamientos no podían ser más elementales:
— «No queremos un gobierno de intelectuales».
¡Hala, Atanasio, fueeera!
— » No queremos un gobierno de jefes de tribu, predicadores o catequistas».
¡Hala, Ondó Edu, zaaaape!
Y como no había por dónde escoger, irrumpieron en el escenario político guineano, como la corriente de un río crecido, los espontáneos. Por lo que se nombró ministros a analfabetos, que competían a ver quién era más bruto.
Lo grande fue que el ciego, Macias, se rodeó de un elenco de zoquetes tuertos que empezó a tejer una telaraña asesina que, cuando se cansó de atrapar gacelas y palmeras, pero, sedienta de carne fresca como estaba, empezó a devorar los gallos. Dicen que todos morían con cara de asombro, mientras decían: «no me lo puedo creer».
Pendiente de matar, para no ser muerto, se olvidó de gobernar, si es que alguna vez lo hizo.
Físicamente lisiado, la sífilis le tenía el cerebro como los gorgojos, empezó a delirar, soñando con sus asesinados. Sobre todo los «bingegam«, quienes, con cierta frecuencia, cruzaban la «frontera», de regreso, para atormentar al felón.
Esto le obligó a recluirse en su poblado » natal», desvaído totalmente de la realidad. Y ahí estaba, en sus trece, que, cuando le dijeron que su sobrino le estaba moviendo el sillón, se puso a gritar: «soy el presidente vitalicio».
Uno de los » militares» que le asesoraban le dijo que, para abortar el «golpe», tenía que bajar hasta Bata. Después de preparar un ejército de «Pancho Villa», a cuyos soldados, para infundirles valor, les dio a comer los hígados de los asesinados por la mañana, los subió a los camiones destartalados que le quedaban.
La avanzadilla de este » ejército» fue parada en seco en Monte Bata, aquí cayó el «general» Ngema Bituga, un sobrino.
Los generosos gorrinos de estos lares, le ahorraron el entierro del soldado caído.
El golpe tuvo éxito. Triunfó, por lo que ya no supimos lo que realmente pasó en los once años anteriores. Pues el abogado, su abogado, le dijo al árbol caído que, si no decía esta boca es mía, el sobrino sería considerado, que le respetaría la vida.
Así tenemos hoy una historia con paginas sombreadas. Con unos actores que son también autores. Por eso los historiadores normales no entienden nuestra historia.
Lo importante ahora, por eso escribo todo esto, es que ese régimen inhumano ya ha entrado en capilla. Antiguamente, cuando salimos de Djamboga, los que me siguen aquí que tengan mas años sabrán lo que digo, cuando la agonía de un malvado se alargaba, amenazando con quebrar la salud de la familia en vigilia, se llamaba a un «tocador», que tocaba los xilófonos, » xilófonos de medicina», y se le remataba tocando unas melodías especiales.
Estamos en esta fase. Lo que ocurre es que los causahabientes, con los cuchillos entre los dientes, están más entretenidos en arrancar las páginas de nuestra historia, que en facilitar el desenlace.
Si el causante «abandonara la cuchara» antes de que tomen posesión ante los manjares, la comida, en lugar de en los estómagos, podría terminar en las caras o en las ropas de los comensales.
Aquí nadie quiere darse cuenta de que el Pueblo está hastiado, aburrido e irritado. Que, ya puestos, hasta le puede acompañar en el sentimiento. Pero el Pueblo quiere su libertad, su democracia, sus riquezas, para empezar de nuevo, sin ellos.
Clase de nitidez y claridad en las ideas. Gracias Elá Abeme!!