Cuando se pasa tanto tiempo sin decir nada, a veces ya no se sabe decir nada o, al menos, cuesta hacerlo. Y es que llevo una larga temporada en el dique seco. Por eso he vuelto de la mano de palabras prestadas.
Hace mucho alguien dijo algo parecido a que cuando los nacis fueron a por los judíos él no hizo nada, porque no era judío; tampoco hizo nada cuando fueron a por los homosexuales porque no era homosexual, etc. y cuando los nacis fueron a por él, ya no quedaba nadie para hacer nada.
Recientemente Ávila Laurel, uno de nuestros agudos escritores, ha publicado un brillante artículo en el que habla del puré. Del puré o papilla y del pan. Cuando decimos pan, decimos un montón de cosas: cosas triviales o elementales.
Decimos, por ejemplo, integridad física o el hecho mismo de seguir respirando. Cuando decimos pan, decimos empleo; ya se real, supuesto o añorado.
Desde pequeños nos hablan en casa del pan y del puré. Sé que nosotros nos abarca a todos, pero en este caso lo vamos a limitar a la gente normal. Y con gente normal me refiero a todos aquellos que no tenemos a nadie delante. Con eso último ya dejamos claro que aquello de lo que vamos a parlar se delimita a nuestra Guinea Ecuatorial. Pues bien, en casa nos hablan del pan y del puré. Y nos inculcan que entre ambos existe una estrecha relación de dependencia o de consecuencia, en el sentido de que el puré garantiza el pan. De este modo crecemos en un estado de alienación mental en el que consideramos natural ser puré para conseguir, garantizar, mantener o defender el pan.
Así crecemos, nos hacemos jóvenes, nos casamos y empezamos a tener hijos.
Todo eso siendo puré. Hasta que uno empieza a dudar. Y se empieza a dudar porque poco a poco se extienden las noticias de atracos, secuestros que acaban en asesinatos con mutilación de genitales y de allanamientos de morada manu militari. Al principio uno se muestra relativamente indiferente porque son cosas que se oye por la calle o se ve en los surrealistas informativos de TV Asonga o TVGE; pero de repente, esas historias que parecían lejanas le suceden a un familiar o a un vecino. Y uno empieza a temer que puede ser la víctima de un próximo ataque; porque esa idea deja de ser una posibilidad y se convierte en una probabilidad con pinta de ser simplemente cuestión de tiempo.
Ya con hijos y todo, como hemos dicho, empezamos a dudar. Dudamos porque literalmente cada semana tenemos velorios a los que asistir. Ayer fueron una prima y un colega de profesión con el que jugaba al fútbol de niño. La prima sólo tenía veintipocos años de edad mientras que el colega no había rebasado los treinta y cinco. No puede ser. Sin embargo, si la situación ya es de por sí inaceptable y desgarradora, lo viene a ser mucho más si cabe, cuando nos enteramos de que las causas de las muertes ha sido directamente el inoperante sistema sanitario que tenemos o padecemos. Dos jóvenes, una estudiante de la UNGE y un ingeniero del MOPI, fallecidos por negligencia y poca profesionalidad médicas o por falta de equipamiento sanitario adecuado o por todo eso a la vez. Pero no son los únicos ni los primeros ni los últimos; sino que es algo que está a la orden del día. Y uno empieza a pensar que mañana puedo ser yo, mi mujer o mis hijos.
A todo eso, seguimos siendo puré. Es entonces cuando recapitulamos: había que ser puré para garantizar, conseguir, mantener o defender el pan. Pues, no salen las cuentas: somos puré, pero no veo garantizado el pan. La integridad física no está garantizada debido a la inseguridad que infunden los atracos, secuestros y los allanamientos de morada a mano armada (aquí todos sabemos quienes tienen armas). La vida misma tampoco está asegurada por lo anterior y por el nulo sistema sanitario. La falta de trabajo engulle a buena parte de la población activa.
Los pocos empleos que existen son precarios: salarios deficientes y una terna sombra de despido planeando.
Entonces, ¿por qué seguimos siendo puré?
Mene,
Malabo, Junio 2017