Somos el país con el coeficiente intelectual más bajo

Hace poco nos enteramos de que Guinea Ecuatorial es el país con el coeficiente intelectual más bajo del mundo.

La noticia parece más bien sensacionalista, por eso no nos metemos a averiguar si el coeficiente intelectual es un indicativo de la capacidad intelectual o un reflejo de la ocupación intelectual. Hay una sutil diferencia entre estos dos conceptos: mientras que el primero hace alusión a la fertilidad de un campo, la otra se refiere a la plantación de un campo. Y todos sabemos que un campo fértil puede no estar plantado mientras que un campo árido puede estarlo. En fin, sea lo que sea a lo que se refiere el coeficiente intelectual y sea cual sea el método utilizado para calcular y compararlo a lo largo y ancho del mundo, lo importante es que hemos quedado últimos y que debemos reaccionar.

Reflexionando un poco sobre este tema, hemos llegado a la conclusión de que este resultado es consecuencia de la uniformidad reinante en el país. Y es que vivimos en una sociedad en la que todo el mundo es más o menos igual. Aquí toda la sociedad está encorsetada en el pueblo llano, es decir, la clase social que se dedica a buscar el pan. Como dijo una vez Ávila Laurel, aquí el que no se repite es porque no quiere; de modo que tenemos que volver a hablar del pan. Aquí todo el mundo dedica su existencia al pan: buscar dinero (ya sea trabajando o robando), comer, beber, sexo (mucha promiscuidad), ropa, construir una casa (o varias), tener coche (o coches), viajar a Europa, América o Asia, etc. cosas de este tipo.

Aquí no tenemos gente que se dedique a nada intelectual. Y cuando decimos nada es nada. Para empezar, en pleno 2017 seguimos sin contar con ni un solo diario. Dudamos mucho que exista ningún otro país en el mundo en el que los ciudadanos no puedan acudir al quiosco por las mañanas para comprar un diario. No hay ningún editor; me parece que este es el resumen, ya que ninguna actividad intelectual se puede desarrollar sin escribir.

No tenemos artistas. Tan pronto como un joven muestra algo de talento con la música o la canción se encuentra con que no hay manera de promocionárselo. Y si la hay, esta promoción se vuelve contra el talento ya que automáticamente se tiene que convertir en un adulador: tiene que dedicarse a hacer canciones alabando lo bien que está todo.

No tenemos pintores ni escultores porque no existen museos para que expongan sus obras ni galerías de arte para que las puedan vender. Tampoco hay ningún tipo de apoyo institucional. Los pocos destacados en estas disciplinas artísticas se tienen en cuenta sólo para hacerse una foto con la que justificar presupuestos en caso de alguna exposición internacional o eventos similares.

No tenemos investigadores de ninguna rama del saber. Aquí no hay ningún experto en nada, o al menos, un experto en activo. Sin embargo, existe un organismo oficial encargado de promover investigaciones científicas. Sólo Dios sabe a qué se dedican los ilustres y eminencias que conforman este organismo y en que gastan los fondos de los que disponen (si es que los tienen), ya que tampoco sería nada raro que este organismo no tenga presupuesto para nada.

En definitiva, en este sitio (nos pesa llamarlo país), nadie se dedica a ninguna actividad intelectual o cultural. Y eso pasa porque se exige que todos seamos iguales, que nos preocupemos solo por el pan. A eso le llaman guinealogía. Los grandes conocedores de esta solemne chuminada se pavonean por ahí diciendo que para vivir en Guinea hay que negarse a sí mismo, porque si a una camiseta roja le dicen azul, no se tiene que replicar, sino aceptar y callar. Los doctores en guinealogía (que son innumerables) presumen y se enorgullecen cuando hacen constatar a los resistentes a este tsunami de imbecilidad que aquí no se puede triunfar si no se es familiar de o amigo de o cuñado de. O en su caso, hacerse el bufón de o el matón de.

Por lo que aquel estudio que nos clasifica como el país con el peor coeficiente intelectual de mundo tiene razón. Y para demostrar que se equivoca, debemos de empezar a hacer otras cosas a parte de buscar el pan. Porque si rechazamos que una camiseta roja es azul nadie nos puede tachar de tontos a nivel internacional (y objetivo). Sin embargo, lo que ocurre aquí ahora es que tomamos por tonto al que se niega a aceptar que una camisa roja es azul, alegando que se complica la vida por una tontería. Que lo importante es seguir respirando y cuidar de la familia. Pues, con esta visión de la realidad, es lógico que el coeficiente intelectual nos lo tasen por los suelos.

Mientras tengamos una autoestima tan raquítica que nos enorgullecemos de relacionar guineano con todo lo negativo habido y por haber.  Mientras tengamos un enorme, recién y carísimo campus universitario en el bosque, engullido por el moho y las hierbas en tanto que la UNGE languidece y parasita en edificios residuales en Bata. Mientras matriculemos los coches por la provincia de origen de su propietario o la que le salga de las narices, en vez de por la provincia en la que circula el coche. Mientras consideremos que aquí sólo hay un hombre. Mientras no haya politólogos. Mientras los hospitales estén infestados de mosquitos y suciedad y sean unos centros de desatención y decadencia. Mientras en los calabozos de las comisarías se duerma al raso y envuelto en olor de excrementos. Mientras cualquier trámite administrativo, incluso de otras índoles dependa de la familiaridad o el amiguismo. Mientras un albañil le de lecciones a un arquitecto. Mientras se siga sin confiar la proyección de ninguna obra oficial a ningún arquitecto o ingeniero nacional. Mientras en los congresos cantemos el folclore en vez de hacer discursos estructurados con exposición, desarrollo y desenlace. Mientras los puestos de responsabilidad en las empresas (nacionales o extranjeras), incluso en algunos sectores de la administración pública y de las entidades autónomas estén ocupados por extranjeros. Mientras sigamos sin editoriales ni imprentas. Mientras tengamos quioscos sin diarios.  Mientras no haya blogueros o escritores de opinión. Mientras la lectura sea una afición fantasma. Mientras los profesores vendan notas… En fin,  mientras todos luchemos sólo por el pan, tendremos el coeficiente intelectual más bajo del mundo y nos mereceremos el desprecio derivado de esta situación.

 

Mene    

Bata, a 05 de julio 2017

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