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La felicidad y el guineano están reñidos,son incompatibles

El Estado que no educa, ahora también prohíbe celebrar

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En una de sus habituales puestas en escena de legitimidad internacional, el matrimonio presidencial de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema Mbasogo y su esposa Constancia Mangue de Obiang, realizó este sábado una visita protocolaria al Vaticano. Mientras la Oficina de Prensa de Malabo se apresuraba a ensalzar la «buena armonía diplomática» con la Santa Sede, el encuentro deja abiertas muchas preguntas para quienes conocen de cerca la brutal realidad de un régimen autocrático, gangrenado por la corrupción y la represión.
Por OLBIF
Recibidos con los honores reservados a jefes de Estado, un protocolo que parece ignorar la verdadera naturaleza del poder que representan, «Sus Excelencias«, como los denomina pomposamente la prensa oficial, fueron acogidos por el Papa León XIV. En la agenda, según el comunicado, figuraban temas como «la contribución de la Iglesia al desarrollo global de la humanidad» y «el estado actual de la cooperación«. Una retórica pulida, muy alejada de las preocupaciones reales de una población sometida a la pobreza y al miedo, mientras las riquezas del país, provenientes del petróleo, son saqueadas por una minúscula casta dirigente.
¿Cómo puede el Vaticano hablar del «desarrollo global de la humanidad» con un dirigente cuyo régimen es señalado regularmente por organizaciones internacionales por violaciones masivas de los derechos humanos, corrupción endémica y una ausencia total de libertades fundamentales? Resulta perturbador ver al «jefe del Estado y del gobierno» felicitar a un nuevo pontífice, el “primer estadounidense y miembro de la Orden de San Agustín”, mientras en su propio país se niegan sistemáticamente las libertades básicas que la Iglesia católica dice defender.
La delegación ecuatoguineana incluía también a representantes de la Conferencia Episcopal local, cuya independencia es frecuentemente puesta a prueba por el poder político, y no solo fue recibida por el Sumo Pontífice. El dictador se reunió además con Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, para «revisar los concordatos» y «analizar fórmulas para otros ámbitos de cooperación bilateral«. Detrás de estas fórmulas diplomáticas se esconde, en realidad, la búsqueda desesperada de legitimación internacional por parte de un régimen que solo tiene para ofrecer promesas vagas o gestos simbólicos.
El intercambio de regalos, presentado como «testimonio de cercanía» entre Malabo y el Vaticano, resulta cínico frente a las condiciones de vida de la mayoría de los ecuatoguineanos. Mientras la ciudadanía lucha por acceder a los servicios más básicos, la dinastía Obiang continúa exhibiendo un tren de vida ostentoso, financiado por el desvío sistemático de fondos públicos.
El comunicado oficial destaca la presencia de la Primera Dama en los funerales del Papa Francisco en abril, evento que, según palabras del régimen, habría marcado «el inicio de una nueva era entre Malabo y el Vaticano«. Pero ¿qué nueva era puede construirse cuando los fundamentos de la justicia, la dignidad humana y el buen gobierno son sistemáticamente pisoteados? La llamada «buena armonía diplomática» no debe construirse al precio del silencio frente al sufrimiento del pueblo ni de una complacencia, aunque sea simbólica, con un régimen dictatorial.
El Vaticano, como autoridad moral, tiene la responsabilidad de cuestionar este tipo de relaciones a la luz de la realidad que viven los fieles y el conjunto de los ciudadanos de Guinea Ecuatorial.