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La felicidad y el guineano están reñidos,son incompatibles

El Estado que no educa, ahora también prohíbe celebrar

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Mientras el mundo se entusiasma con los activos digitales y en África anglófona florecen las plataformas de intercambio de criptomonedas, la zona CEMAC, y por extensión la Guinea Ecuatorial de Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, sigue hundiéndose en un inmovilismo preocupante. Lejos de los discursos grandilocuentes sobre el desarrollo, la realidad es la de una parálisis regulatoria que no solo compromete el despegue del sector fintech, sino que también revela una profunda incompetencia y una desconfianza enfermiza hacia cualquier forma de innovación que escape al control asfixiante del régimen.
Por OLBIF
La excusa oficial: la inexistencia de un “marco regulatorio operativo para supervisar a los Proveedores de Servicios sobre Activos Digitales (PSAD)”. En efecto, como señala el medio Investir au Cameroun en un artículo reciente, la Comisión de Supervisión del Mercado Financiero de África Central (COSUMAF) promulgó en mayo de 2023 un “reglamento general” que parece más una medida cosmética que un paso real hacia la integración digital. A día de hoy, no se ha concedido ni una sola licencia. Es el síntoma perfecto de una burocracia anquilosada, incapaz de anticipar los desafíos de la economía moderna ni de adaptarse a un mundo que avanza a velocidad de vértigo.
Actores como Yellow Card Financial Inc., una fintech especializada en criptomonedas que declara más de 6.000 millones de dólares en transacciones desde 2019, están dispuestos a invertir. Esta empresa, con licencia en Botsuana, Sudáfrica e incluso Polonia, considera a Camerún como un mercado estratégico gracias a su juventud conectada y a su diáspora. Sin embargo, choca contra un muro: la apatía estructural que caracteriza la gestión económica de la CEMAC, donde Guinea Ecuatorial destaca precisamente por su inmovilidad.
El problema es aún más grave si se considera el amplio alcance de las actividades de los PSAD: servicios de compraventa de activos digitales, custodia, gestión de carteras, asesoría, e incluso operación de plataformas de negociación. Son oportunidades inmensas para diversificar economías que dependen casi exclusivamente de los hidrocarburos, una dependencia que el régimen de Malabo cultiva con esmero, ya que le permite controlar los flujos financieros y enriquecer sus redes de poder.
La falta de este marco no es una simple omisión: es un obstáculo deliberado. Según diversos expertos, “frena las inversiones”, “sofoca la innovación” y, aún peor, “deja vía libre a un mercado paralelo sin regulación, susceptible de todo tipo de abusos”. En Camerún ya se observa un “uso creciente” de criptoactivos pese a la prohibición oficial. Pero en Guinea Ecuatorial, donde la palabra “transparencia” es casi un tabú y toda actividad económica debe pasar por las manos de los allegados al poder, la simple idea de un activo descentralizado se percibe como una amenaza al orden establecido de corrupción generalizada.
Este retraso normativo no es una anécdota tecnocrática. Es una demostración clara de la miopía y del miedo que paralizan a los regímenes de la CEMAC, y en especial al de Malabo. Al negarse a adoptar el futuro de las finanzas digitales, no solo se están relegando a los márgenes de la economía global, sino que están condenando a sus pueblos a quedar fuera de una revolución económica histórica. Privan a su juventud de oportunidades vitales, mientras consolidan el poder de las élites mediante el mantenimiento de un sistema financiero arcaico. La verdad es que las criptomonedas, por su propia naturaleza descentralizada, amenazan el control absoluto que el régimen de Obiang ejerce sobre la economía y los ciudadanos. Y es precisamente ese pánico a perder el control lo que explica esta parálisis culpable.