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El Estado que no educa, ahora también prohíbe celebrar

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Roma no absuelve. Pero sonríe. Y eso basta para que el dictador regrese con la conciencia anestesiada y una foto bendita para la propaganda.
Teodoro Obiang y una de sus esposas, Constancia Mangue, fueron recibidos en el Vaticano con los honores y las sonrisas reservadas a los jefes de Estado. Una audiencia privada con el Papa León XIV, bendiciones, fotos oficiales, estampas de protocolo. Todo en orden. Todo correcto.
¿Y los 45 años de dictadura? Bien, gracias.
En Roma nadie preguntó por las cárceles clandestinas, ni por los desaparecidos, ni por los saqueos institucionalizados. Nadie se interesó por el periodista encarcelado, el estudiante torturado o la madre que lleva años queriendo ver a sus hijos en Black Beach, mención aparte el padre y líder de una formación opositora de ellos. Porque en la diplomacia vaticana, como en el teatro, lo importante es el acto y no el trasfondo.
La Santa Sede, esa maquinaria milenaria de gestos calculados, no absuelve dictadores, pero tampoco los confronta. Los recibe. Les ofrece incienso y sonrisas. Les permite posar junto al Sucesor de Pedro y volver a casa con una foto lista para la propaganda oficial. La misma que luego se distribuye por todos los medios controlados, como prueba de que “la comunidad internacional respeta al presidente”.
Y es que, para los regímenes que se saben aislados moralmente, una foto con el Papa vale más que cualquier acuerdo con la Unión Africana. No limpia el pasado, pero embellece el presente. No resuelve la crisis, pero distrae del hambre. No es salvación, pero es marketing de salvación.
El Vaticano, como actor global, maneja con maestría el arte del equilibrio imposible: bendice sin comprometerse, acoge sin juzgar, sonríe sin mancharse. Pero esa neutralidad no es inocente: cuando un pueblo es sometido y su opresor es agasajado en la cuna de la cristiandad, el silencio se convierte en complicidad, aunque sea bajo el techo de Miguel Ángel, no el obispo de Ebibeyin; sino el pintor italiano renacentista.
Mientras tanto, en Guinea Ecuatorial, no hay misa que apague el apagón, ni padre nuestro que garantice justicia, ni rosario que consuele al que no tiene agua. Pero la pareja dictatorial puede volver a casa diciendo que Dios está con ellos. Aunque el pueblo esté con la cruz a cuestas.
Así que no. Roma no absuelve. Pero sonríe. Y a veces, eso basta para que el tirano siga reinando con la conciencia anestesiada y el alma blindada por la diplomacia.