Guinea, la gran juerga negra

De cómo el dinero de la ayuda española se queda en Madrid

Eran las 17.30 de una tarde de mayo de 1979 cuando el DC-10 procedente de Roma tomaba tierra en el aeropuerto de Libreville. De su interior descendieron dos hombres de negocios de Madrid con fuertes intereses en Guinea Ecuatorial. Tras cumplimentar los trámites de aduana fueron detenidos y conducidos a un campo de concentración militar.

Horas después, cuando ya el nerviosismo era patente en los dos españoles fueron visitados por un comandante y un capitán del Ejército francés asesores del presidente Omar Bongo, y tras pedir disculpas condujeron a los sorprendidos viajeros a una lujosa mansión situada a las afueras de Libreville habitada por un altísimo dignatario gabonés.

Tras una ardua y enjundiosa negociación, la autoridad gabonesa dio su brazo a torcer: por 20 millones de pesetas, la gendarmería del Gabón haría la vista gorda y dejaría partir de la localidad fronteriza de Oyem una expedición mercenaria comandada por un teniente coronel de la Guardia Civil cuya misión sería derrocar a Macías.

Los dos hombres suspiraron satisfechos: habian sido diez largos años de espera y frustraciones desde su expulsión del paraíso guineano, de búsqueda afanosa de contactos, apoyos y reuniones celebradas en un entresuelo húmedo y mal iluminado de la calle Cochabamba, en Madrid, propiedad de los hermanos Amilivia. Durante todo ese tiempo, desfilaron por aquella oficina todos los líderes guineanos en el exilio mezclados con mercenarios de poca monta, estafadores, misioneros del CMF, hombres de negocios y políticos de la ultraderecha española, que veían con buenos ojos cualquier tipo de acción encaminada a derrocar al filo-comunista y antiespañol, Macías.

Poco a poco, casi todos los líderes guineanos habían quedado descartados. El último gran descarte fue Samuel Ebuka, ex embajador de Guinea en Lagos, a quien apoyaron en su día el líder de Fuerza Nueva, Blas Piñar, y el ex secretario nacional del Movimiento Luis Valero Bermejo, pero que no  consiguió el beneplácito final de Arias Navarro cuando la operación «Peces tropicales» se encontraba en marcha en 1975. El pacto sellado en Libreville significaba el final de un largo camino.

Bonifacio Biyang Andeme, ex embajador guineano en España, era el hombre elegido por los ex colonos españoles para sustituir a Macías cuando hacia finales de agosto de 1979 cayese fulminado el dictador. Todo estaba preparado en la calle Cochabamba, los mercenarios listos, los 60 millones  para la operación y hasta una proclama de apoyo al golpe del arzobispo Nsé Abuy, exiliado en Roma. Contra las paredes de la oficina rebotaba una y otra vez la advertencia del dignatario gabonés: «No basta que acabéis con Macías. Para conseguir algo positivo en Guinea, tendréis que eliminar a todos los que le rodean».

Pero si de algo pecaron siempre los hombres de la calle Cochabamba, tan acostumbrados a la molicie de la vida colonial, fue de ingenuidad: en diez años no habían conseguido aprender apenas  nada acerca de cómo se mueven las piezas del complicado ajedrez de un mundo en el que el cacao y el café poca sombra podían hacer a valores tan contundentes como el petróleo o los intereses estratégicos. El 3 de agosto de 1979 fue el día más amargo que se recuerda en las oficinas donde los hermanos Amilivia disimulaban sus actividades pro-golpistas con la venta de estufas de calor negro marca Butatel.

BONGO, EL ZORRO DEL GOLFO

¿Qué habia ocurrido? ¿Quién había tomado la delantera a los hombres de la calle Cochabamba? ¿Por qué tantas coincidencias? ¿Había sido cosa de Suárez utilizando fondos secretos? ¿Por qué Teodoro Obiang y no Biyang Andeme?

La fulminante reacción de Adolfo Suárez, al que el golpe de Obiang pilló, aunque jamás sorprendió, de viaje por Sudamérica, hizo pensar a más de uno que el derrocamiento de Macías había sido preparado y financiado por la Moncloa con dinero salido de la siempre sospechosas arcas de Prado del Rey. Nada más incierto. España, Suárez, estaba en el ajo, pero sencillamente porque fue avisado tres días antes por el coronel Obiang, pero no intervino en un golpe barato, fácil y aséptico cuyas riendas definitivas estuvieron siempre en las manos de ese zorro africano llamado El Hadj Omar Bongo.

Los contactos entre Libreville y la calle Cochabamba se remontaban a noviembre de 1977, cuando el presidente del Gabón visitó España. Fue en Madrid donde quedó concertada el rende-vous en Libreville entre ex colonos y militares franceses, pero el hombre más listo y ambicioso del golfo de
Guinea tenía sus propios planes. Por ejemplo, atraer Guinea a la órbita gabonesa (incluida dentro de la zona del franco CFA) y conseguir hacerse con las riendas de su economía. Omar Bogó, hombre de baja estatura y mujeriego empedernido, sufre también de grandeur.

La voracidad de Bongó es cosa conocida por sus vecinos, quienes han venido observando, entre escandalizados y alarmados, los solapados intentos anexionistas del presidente gabonés. Endeudado e hipotecado hasta las cejas y con sus reservas petrolíferas al límite, la República de Gabón comenzó
hace aproximadamente diez años una frenética huida hacia adelante en un intento por conseguir huir de la miseria que le espera a la vuelta de la esquina. Esa huida fue la que llevó a su moderado presidente a enfrentarse con el irascible Macías en 1972. Dos insignificantes islas situadas en los
estuarios del Muni fueron las culpables de un choque áspero y definitivo entre Macías y Bongó.

LA CLAVE ESTÀ EN COCOTEROS Y MBAÑE

Fue el 12 de septiembre de 1972 cuando el embajador de Guinea en la ONU pedía una reunión urgente del Consejo de Seguridad para tratar de la invasión de algunas de sus islas por el vecino Gabón. El embajador incluía en su carta al presidente del Consejo un telegrama en el que se decía que Gabón, tras haber ampliado sus aguas jurisdiccionales de forma unilateral hasta las 170 millas, invadió Cocoteros y Mbañe.

Aquello resultaba increíble. En las capitales del Àfrica negra los gobiernos se preguntaban extrañados cómo uno de los países relativamente más ricos de este continente había sentido la necesidad de provocar un conflicto para anexionarse unos islotes que no podían aportarle ninguna riqueza. Macías movilizó la opinión africana, pero al final prevaleció la situación creada con la ocupación «manu militari» de Cocoteros y Mbañe. El presidente guineano tuvo que callarse y esperar mejor ocasión para replantear sus reivindicaciones.

¿Pero a qué tanto follón por dos islitas perdidas en los médanos del Río Muni? Pues simplemente por el maldito petróleo. Ni al norte ni al sur de Bioko. Los únicos yacimientos de oro negro que hay en Guinea y que ofrecen garantías de calidad y explotación están en Cocoteros y Mbañe. Allí reside
la clave de todo. Bongo lo sabe. Macías lo sabía. La compañía americana Chevron, que inició prospecciones por toda Guinea en 1967 y luego disimuló sus hallazgos, fue la primera en tener datos sobre los ricos yacimientos que existen en torno a Elobey Grande, Elobey Chico, Corisco, Cocoteros y
Mbañe.

Cuando Macías se decantó hacia la órbita soviética, la Chevrom se retiró de forma discreta de Guinea, pero por si las moscas la compañía americana siguió sobornando y pagando facturas a funcionarios de la embajada de Guinea en Madrid mientras duró la dictadura de Macías. Los últimos en  enterarse fueron Teodoro Obiang y la compañía Hispanoil y tamaño despist le ha llevado a gastarse, por ahora, más de 4.000 millones de pesetas en rastrear falsas pistas. Cuando Hispanoil, alertado por Graullera, se dió cuenta de que quien realmente tenía las llaves del petróleo guineano eran los gaboneses, envió los mejores juristas españoles sobre el tema a Obiang, pero Bongó no quiso ni oir hablar del tema porque el futuro de su país se juega en Cocoteros y Mbañe, y si es necesario se llevará por delante a Guinea, con Teodoro y todo

FUENTE: ACTUAL No. 67, Madrid 1 de julio de 1983. Páginas 56-63 (Gonzalo Lara)

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