Por Dr. Alberto Roteta
La lucha que encabezó Fidel Castro contra el anterior dictador Fulgencio Batista y que culminó el 1 de enero de 1959, no tuvo carácter marxista, al menos abiertamente. Por eso, nadie pensó que Castro llegaría a imponer en Cuba un sistema comunista; aunque en su alegato de autodefensa en el juicio por el ataque al cuartel Moncada en 1953, percibimos cierta comunión ideológica con esa ideología.
En julio de 1959, el comandante Hubert Matos, que había sido uno de los principales colaboradores de Castro en la guerra contra el antiguo régimen, denunció públicamente el rumbo comunista que estaba tomando la Revolución Cubana. En carta a Castro, Matos escribió: “La influencia comunista en el gobierno ha seguido creciendo. Tengo que dejar el poder tan pronto como sea posible. Tengo que alertar al pueblo cubano en cuanto a lo que está sucediendo.” Estas declaraciones le costaron al jefe guerrillero veinte años de cárcel.
No fue hasta 1961 que el dictador Castro declaró abiertamente sus intenciones para Cuba, proclamando el carácter socialista de su revolución. A pesar de los movimientos que se venían observando en la cúpula, su declaración sorprendió a muchos. Sin embargo, fue recibida sin grandes protestas, debido a la elevada aceptación pública del líder rebelde por aquel entonces. La gran mayoría del pueblo cubano pasó por alto que este decreto unipersonal del barbudo déspota caribeño se impuso sin previa consulta popular, sin aprobación parlamentaria, y sin respeto hacia la constitución del país. Esa forma personalista de hacer política sería una constante a partir de entonces en Cuba.
La adopción del comunismo como dogma oficial supuso un cambio radical para una nación que profesaba con vehemencia la fe cristiana. En general, los patrones de comportamiento de la sociedad cubana eran poco compatibles con la doctrina comunista. Esta situación tenía su reflejo en la política nacional, donde los grupos políticos afines al comunismo tenían escaso impacto. No obstante, algunos partidos se servían del socialismo como atractivo electoral. Tal es el caso del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), que llegó a gobernar unos siete años y medio. El programa de dicho partido —en el poder durante dos legislaturas— contenía elementos de carácter socialista, aunque en la práctica su ideología fuese nacionalista, corporativista y nacional-sindicalista.
El 16 de abril de 1961, en las honras fúnebres por las víctimas de los ataques aéreos previos a la invasión anticastrista de Bahía de Cochinos, el dictador cubano manifestó: “Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos aquí en sus narices y que hayamos hecho una revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos. […] Compañeros obreros y campesinos, ésta es la revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes”.
En su kilométrica intervención, el tirano sedujo con promesas a la clase obrera y a los campesinos de Cuba —el típico juego manipulador de la doctrina marxista—. Sin embargo, transcurridos más de cincuenta años desde ese momento, los obreros y los campesinos no han cambiado su pobre condición, mientras que los impulsores de la dictadura del proletariado, con Castro a la cabeza, se han apropiado de toda la riqueza del país, convirtiéndose en la clase dominante.
Poco tiempo después, el control llegó al campo de la creación artística y literaria. En junio de 1961, Castro impuso para los intelectuales cubanos el esquema “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. La arrogancia del déspota, que con toda intención dejó ver su pistola desde el estrado, hacía estremecer a los pensadores que escuchaban su discurso.
A partir de entonces, los creadores de nuestro país tenían que mostrar su afección al régimen para poder desarrollar su labor profesional. Muchos intelectuales, entre los que cabe mencionar a Heberto Padilla, Virgilio Piñera y Reinaldo Arenas, fueron condenados al ostracismo por no ser suficientemente “revolucionarios”.
Se iniciaría así un largo éxodo de escritores, pintores, escultores, músicos, cantantes líricos y actores dramáticos. Lamentablemente, muchos de estos artistas acabarían olvidados por su público a causa del obligado silencio alrededor de sus figuras impuesto por la dictadura comunista. Nombrarlos a todos conspiraría contra la paciencia del lector; pero por su trascendencia internacional, podemos recordar al escritor Guillermo Cabrera Infante, galardonado con el premio Cervantes de Literatura, al músico Ernesto Lecuona, uno de los mejores compositores de nuestro país, y a la muy destacada pianista Zenaida Manfugás.
Las teorías de Marx, que constituyen la base del socialismo, fueron impuestas desde los comienzos del llamado proceso revolucionario como pensamiento oficial en los centros educacionales. A un lado quedaron las enseñanzas relacionadas con el amor, el perdón, la caridad y la humildad, así como lo inmoral que es robar, agredir o asesinar. Mediante manuales importados de la antigua URSS, se introdujeron en las escuelas, los centros de trabajo y los barrios conceptos extraños para el cubano común, tales como antagonismo de clases, lucha obrera, dictadura del proletariado y centralismo democrático.
Con la adopción de un socialismo de corte soviético por parte de Castro, se instauró en Cuba el ateísmo oficial. No volvieron a construirse templos de adoración. Cientos de clérigos y religiosos de diversas órdenes fueron expulsados del país. El régimen castrista se adueñó de las propiedades de la Iglesia Católica. La filosofía marxista sustituyó a cualquier corriente filosófica clásica o contemporánea. Las investigaciones científicas y culturales tenían que tener un enfoque marxista. El arte debía seguir las pautas del realismo socialista.
En definitiva, hubo una conversión radical de la sociedad a la doctrina marxista en breve tiempo. Por desgracia, las masas se dejaron conducir al redil sin resistencia. El precio a pagar eran la cárcel y el aislamiento.
Los términos “diversionismo ideológico”, “desviación ideológica”, “sentido de la autocrítica”, “debilidad de carácter”, “combatividad”, entre otros tantos, fueron una realidad que laceró a muchos durante las tenebrosas primeras décadas de la dictadura.
Una de las pruebas más representativas de la naturaleza represiva del régimen castrista, está en los campos de concentración que funcionaron entre 1965 y 1968 en la provincia de Camagüey. Más de 35000 reclusos se desgastaron en trabajos forzados en estos centros de internamiento por el solo hecho de ser religiosos u homosexuales. Tampoco se salvaron universitarios inconformes, sacerdotes, artistas, intelectuales, hippies, activistas políticos, emigrantes potenciales, campesinos reacios a la colectivización de sus tierras, entre otros muchos considerados desafectos.
Asimismo, son ejemplos de graves violaciones de derechos humanos y abusos de poder del régimen castrista los fusilamientos masivos, la discriminación racial, la nacionalización de comercios de cualquier tamaño, la militarización del país, el espionaje de logias masónicas y congregaciones religiosas, y el espionaje en general de todos los ciudadanos a través de los llamados “Comités de Defensa de la Revolución”.
La dictadura castrista nunca tuvo suficiente con arruinar y maltratar al pueblo cubano. El gobierno comunista de La Habana fue responsable del entrenamiento y financiación de guerrillas de diversas partes de América y de la exportación masiva de cubanos para guerras en el continente africano. Al respecto, podemos destacar la intervención cubana en Argelia en 1963, la participación de tropas cubanas en la crisis del Congo, entre 1964 y 1965, así como la guerra civil de Angola, desde 1975 hasta 1991.
El castrismo justificaba estas intervenciones militares por el deber de ayudar a otros pueblos, según su concepto de “internacionalismo proletario”. Sin embargo, los voceros del régimen aplican un doble rasero al gobierno de Estados Unidos, a quien acusan continuamente de intervenir en los asuntos internos de otros países.
Por su negativa implicación para la paz mundial, el conflicto más importante donde ha intervenido la dictadura de Castro es el conocido como Crisis de los Misiles, en octubre de 1962. Este conflicto estuvo a punto de desatar una guerra nuclear entre la URSS y Estados Unidos, donde podría haberse extinguido la especie humana.
A propuesta del siempre belicoso “comandante invicto”, los rusos habían instalado cohetes nucleares de alcance medio en Cuba. En un alarde de insensatez, Castro pidió al líder soviético Jrushchov que considerara cualquier invasión norteamericana contra Cuba como una agresión a la URSS, y hasta llegó a solicitar un ataque nuclear “preventivo” contra Estados Unidos, sin detenerse a pensar que Cuba sería barrida del mapa.
Por suerte para la humanidad, los misiles fueron retirados luego de negociaciones secretas entre las dos superpotencias. El pueblo cubano, supuesto beneficiario de la “revolución de los humildes y para los humildes”, jamás supo lo cerca que estuvo de la hecatombe.
Para desgracia de los cubanos, la dictadura militar iniciada por Fidel Castro permanece en el poder, después de medio siglo de un fracaso tras otro y de múltiples modificaciones de su modelo socialista. Algunos le auguran un final cercano considerando la avanzada edad del actual tirano, hermano del anterior, aunque al parecer éste se ha encargado de planificar muy bien la continuidad dinástica. Sea éste el caso o no, nuestras esperanzas se cifran en el creciente despertar del pueblo cubano y en un movimiento opositor que se fortalece y gana espacios cada día.
Sobre el autor:
Alberto Roteta es doctor en medicina, con especialidad en Medicina General, Pediatría y Endocrinología. Es presidente de honor de la Fundación Oasis Teosófico Martiano. Imparte conferencias sobre filosofía y pensamiento martiano. Colabora habitualmente con medios de prensa del exilio cubano.
Este artículo se publica como parte de la campaña “Mi Denuncia Semanal a la Dictadura Castrista”, promovida por la UNPACU (Santiago de Cuba) y el Foro América Unida (Santiago de Chile) con el fin de crear consciencia sobre la situación del pueblo cubano en todo el mundo.