En Guinea Ecuatorial, un país conocido por su riqueza petrolera y su corrupción institucionalizada, la realidad del ciudadano medio es una lucha diaria por la supervivencia. Con un «salario mínimo interministerial» de 117,500 francos CFA, los gastos básicos de un ciudadano superan con creces sus ingresos, dejándolo en una situación de desesperación y vulnerabilidad.
Imagina despertar cada día sabiendo que, antes de pagar la luz, el peaje o incluso poner comida en la mesa, ya estás en números rojos. La vivienda social, un derecho básico, cuesta 70,000 francos CFA. La factura de la luz, un lujo para muchos, asciende a 50,000. El peaje, ese impuesto diario por circular por las calles de tu propio país, suma 10,200. Y si tienes un vehículo, el seguro te costará 80,000, mientras que el combustible te dejará 60,000 más pobre cada mes.
La alimentación, ese mínimo indispensable para no morir de hambre, se lleva 150,000 francos CFA. El INSESO, una contribución obligatoria, suma 20,000. Y si quieres mantener un teléfono móvil o ver la televisión, prepárate para desembolsar otros 25,000 entre saldo y canales. En total, los gastos básicos mensuales ascienden a 465,200 francos CFA, casi cuatro veces el salario mínimo.
¿Cómo sobrevive entonces el ciudadano medio? La respuesta es tan cruda como la realidad: muchos no lo hacen. Algunos recurren a la corrupción, otros al robo, y los más desesperados, a la violencia. En un país donde las instituciones están podridas hasta la médula, la línea entre la supervivencia y la delincuencia se desdibuja cada día más.
Guinea Ecuatorial es un país rico en recursos, pero pobre en humanidad. Mientras las élites se enriquecen con el petróleo, el ciudadano común se hunde en la miseria. La corrupción no es solo un problema; es un sistema. Un sistema que condena a su gente a elegir entre morir de hambre o convertirse en lo que nunca quisieron ser.
En nuestro país Guinea Ecuatorial, el sueño de una vida digna es un lujo que muy pocos pueden permitirse. Para el resto, la única opción es sobrevivir, aunque eso signifique perder un poco de su humanidad cada día. ¿Hasta cuándo seguirá este país sacrificando a su gente en el altar de la corrupción? La respuesta, como siempre, la tienen los que están en el poder. Y mientras tanto, el ciudadano medio sigue contando monedas, preguntándose si mañana será otro día de lucha o el principio del fin.