
Muere Simon Mann, el mercenario británico que intentó derrocar a Obiang y acabó trabajando para él
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Según se ha podido leer en «Le Monde», Simon Mann, el mercenario británico que encabezó el intento de golpe de Estado contra Teodoro Obiang en 2004, ha muerto a los 72 años tras sufrir un infarto en el Reino Unido. Su nombre está íntimamente ligado al llamado “Wonga Coup”, una operación que tenía como objetivo derrocar al dictador de Guinea Ecuatorial e instalar en su lugar a Severo Moto, líder opositor exiliado en España, en un plan financiado por intereses extranjeros deseosos de acceder al petróleo del país.
En marzo de 2004, Mann fue detenido en el aeropuerto de Harare junto a más de 60 hombres, mientras se disponían a volar hacia Guinea Ecuatorial tras una escala para recoger armas. Según la investigación posterior, el plan incluía el uso de una avanzadilla de mercenarios que se haría con el control del palacio presidencial en Malabo, una operación que medios internacionales bautizaron como un “golpe privado”. El propio Mann reconoció más tarde, en declaraciones y libros publicados tras su liberación, que entre los financiadores del golpe figuraban empresarios sudafricanos, británicos, y presuntamente también políticos europeos. Aunque su objetivo era “quitar a un dictador”, como dijo en más de una ocasión, todo giraba en torno al control de las vastas reservas petroleras de Guinea Ecuatorial.
Después de su detención en Zimbabue, Mann fue condenado y encarcelado en ese país, pero en 2008 fue extraditado a Guinea Ecuatorial, donde fue sometido a un llamado juicio y condenado a 34 años de prisión. Sin embargo, un año después, Teodoro Obiang decidió indultarlo. Fue liberado en 2009 y se le permitió salir del país. Lo que sucedió después marcaría un giro tan inesperado como revelador: el mismo hombre que intentó derrocar al régimen terminó siendo su colaborador.
En 2011, se supo que Mann había comenzado a trabajar al servicio de Teodoro Obiang, asesorando sobre cómo vigilar y neutralizar a la oposición exiliada, entre ellos a algunos de sus antiguos aliados. Años más tarde, en 2017, testificó en París a favor del vicepresidente de su padre, Teddy, en el juicio por los bienes mal adquiridos. En su declaración, Mann intentó presentar las acusaciones como parte de una campaña de descrédito impulsada por los mismos actores que participaron en el golpe frustrado de 2004, sembrando dudas sobre la legitimidad de las investigaciones de la justicia francesa.
Mann no solo traicionó a los suyos, sino que se puso al servicio de la dictadura que había intentado derrocar, recibiendo contratos lucrativos por su colaboración. En su libro «Cry Havoc«, publicado tras su liberación, intentó justificar sus acciones con una mezcla de cinismo y autocompasión, pero los hechos hablan por sí solos: Mann acabó siendo una herramienta útil para el régimen que pretendía combatir.
Su muerte casi cierra una página en la historia reciente de Guinea Ecuatorial, pero deja abiertas muchas preguntas sobre las redes de intereses, traiciones y complicidades que rodearon el «Wonga Coup». Para quienes luchan desde dentro y desde fuera del país por un cambio real, Simon Mann no fue un héroe ni un libertador; fue un oportunista que, cuando falló su plan, se vendió al mejor postor. En Malabo y Mongomo, no se le echará en falta.