Breaking News
Popular

El Estado que no educa, ahora también prohíbe celebrar

Ingrese su dirección de correo electrónico a continuación y suscríbase a nuestro boletín
Cuatro ciudadanos guineoecuatorianos fueron deportados esta semana desde Estados Unidos y aterrizaron en Malabo a bordo de un jet privado fletado por la administración de ese país, según publica una página digital al servicio de la dictadura de Malabo. La noticia, lejos de abordarse con sensibilidad o discreción, fue utilizada por los medios del régimen como un acto de escarnio público, exponiendo a los deportados como si fueran delincuentes en vez de personas forzadas a emigrar por un sistema que les cerró las puertas del futuro.
No es la primera vez que el régimen actúa así: obliga a miles de jóvenes a marcharse por falta de oportunidades, represión y pobreza, y luego los exhibe cuando fracasan en su intento de encontrar una vida mejor. Es el mismo Estado que les negó trabajo, vivienda, salud y dignidad; el mismo que ahora los expone mediáticamente para enviar un mensaje de intimidación: “si os vais, esto es lo que os espera”.
El discurso oficial insiste en calificarlos como “repatriados” o “rechazados por EE. UU.”, pero nunca se detiene a preguntarse por qué se fueron. La respuesta es clara: se fueron porque Guinea Ecuatorial, su país, les negó toda posibilidad de construir una vida en libertad y con garantías mínimas. Se fueron porque quedarse era una condena.
Mientras estos jóvenes cruzaban fronteras a pie, dormían en estaciones de bus o eran detenidos en centros migratorios, los hijos del poder viajaban en primera clase y compartían copas de champán en Dubái, Marbella o Estambul. Y ahora, a su regreso forzado, en vez de asistencia o reintegración, los reciben con cámaras, titulares y propaganda.
Que sean deportados no los deshonra. Lo que deshonra es un régimen que convirtió el país en una fábrica de huidas. Que convirtió la juventud en un bien prescindible. Que convirtió el fracaso del Estado en culpa del individuo.
En lugar de apoyo psicológico, reinserción o proyectos de retorno, se les ofrece una bienvenida envenenada: exposición pública y propaganda para reforzar el miedo.
Los deportados no fallaron. Falló el país que los obligó a huir y ahora tiene la desvergüenza de señalarlos como si fueran culpables de algo más que haber querido vivir.
No falló el país sino sino los dirigentes.