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El Estado que no educa, ahora también prohíbe celebrar

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Los guineoecuatorianos han desarrollado, con el tiempo, una especie de anticuerpos para convivir con la tiranía. Conscientes de que no pueden derrocarla, al menos no en el corto plazo, han diseñado formas de adaptación y connivencia con el régimen que, lejos de favorecer su caída, la consolidan silenciosamente.
Estas formas van desde la colaboración explícita, a través de partidos satélites que simulan oposición, hasta la colaboración encubierta mediante ONGs o asociaciones que aparentan defender los derechos humanos, pero que en realidad operan como estructuras cómplices, funcionales al sistema.
La sociedad guineoecuatoriana ha sido estratificada de forma nefasta. El ciudadano común, ya resignado, ha asumido que es imposible desmantelar al opresor. Por ello, ha adoptado un estilo de vida de mera supervivencia, soportando la tiranía con las herramientas mínimas que le permiten vivir dentro de ella de manera precaria y sometida.
El ciudadano con formación o medios, por su parte, ha creado estructuras en apariencia combativas, que en la práctica no son más que mecanismos para generar ingresos, asegurar la estabilidad de sus descendientes o preservar un estatus mientras simulan luchar contra un sistema del que se han hecho dependientes. Estas personas, una vez organizadas bajo esta lógica, no colaborarán nunca en la erradicación del régimen, porque perderían los beneficios que han conseguido en su acomodación al sistema.
Esta realidad cuenta, además, con la complicidad activa del régimen. Basta con observar el funcionamiento interno de muchas delegaciones locales de ONGs internacionales, como Amnistía Internacional, Cruz Roja, etc., donde encontramos personal que, de una u otra forma, mantiene vínculos con la tiranía. El resultado es una estructura mafiosa perfectamente engrasada para garantizar su propia continuidad.
En Guinea Ecuatorial se ha instalado un estado generalizado de desistencia. Incluso ciudadanos que no obtienen beneficio directo del sistema han encontrado formas de coexistir con él. Hoy temen el colapso del régimen, porque no sabrían cómo adaptarse a un nuevo modelo de Estado. Esta es una de las formas más peligrosas de anestesia colectiva.
Hay que decirlo sin rodeos: profesionales de la lucha, si el objetivo principal de su activismo es ganarse el pan, nunca podrán comprometerse de verdad con la causa. Terminarán quemando su prestigio y la confianza que han conseguido entre el pueblo. Porque al final, este pueblo hará su propio juicio moral. Y si descubre que tantos años de “lucha” solo sirvieron para mantener frenos convenientes, será el momento de desmontar el falso heroísmo que algunos han construido.
Es urgente hacer un ejercicio de introspección colectiva. Debemos examinar nuestras motivaciones, nuestros egoísmos, y reconocer los mecanismos que hemos desarrollado para sobrevivir a la tiranía. Solo atravesando esa transición interna podremos iniciar un camino auténtico de lucha. Superar la anestesia general en la que vive el país es el primer paso para emprender una verdadera insurrección cívica contra el sistema.
Porque en este país:
Los jóvenes, sin oportunidades ni futuro, marginados por el aparato represivo, optan por convertirse en informadores al servicio de la tiranía para poder sobrevivir.
Muchas mujeres, constatada la impotencia y resignación de los hombres, adoptan formas implícitas o explícitas de colaboración con el régimen para sacar adelante a sus hijos.
Varios partidos supuestamente opositores se integran a las estructuras del régimen, ya sea de forma oficial o con métodos más encubiertos.
ONGs internacionales operan en connivencia con el sistema, validando en la práctica sus atropellos mediante la inacción o el silencio.
Asociaciones humanitarias ciudadanas trabajan únicamente para sostener el nivel de vida de sus miembros mientras dure la tiranía.
Buena parte del pluralismo informativo —tanto oficial como “opositor”— promueve perfiles que en el fondo garantizan la continuidad del régimen.
Entonces, ¿cómo encontrar mecanismos para reorientar esta sociedad hacia una lucha verdadera?
¿Es posible sensibilizar a los ciudadanos comunes, a los partidos políticos, a las asociaciones humanitarias y al mundo de la información?
Sí. Pero no sin una ruptura profunda.
Debemos romper las zonas de confort que hemos creado para sobrevivir. Romper los eslabones que nos atan a la normalización del horror. Porque solo así podremos construir un frente que realmente combata al régimen, en todas sus formas visibles e invisibles.
Amancio Edú