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La felicidad y el guineano están reñidos,son incompatibles

El Estado que no educa, ahora también prohíbe celebrar

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La Comisión Europea ha actualizado su famosa “lista negra” de aerolíneas prohibidas en el espacio aéreo de la Unión Europea. Entre las 169 compañías vetadas este junio de 2025, Ceiba Intercontinental, la aerolínea nacional de Guinea Ecuatorial, sigue figurando de manera destacada. No es la primera vez, ni será probablemente la última.
El informe de la Dirección General de Movilidad y Transportes de la UE no se anda con rodeos: las aerolíneas de Guinea Ecuatorial están vetadas no por ideología ni por capricho, sino por “graves deficiencias en materia de seguridad y supervisión aeronáutica”. En otras palabras, la UE considera que subirse a un avión de Ceiba, ya sea dentro del país o rumbo a destinos africanos, supone un riesgo inaceptable para la vida del pasajero.
Este veto no es nuevo. Ceiba fue incluida por primera vez en la lista negra hace más de una década, y cada año, como una especie de ritual que nadie celebra, vuelve a aparecer. No importa cuántas veces las autoridades del régimen repitan que la flota tiene aviones Boeing y técnicos “formados en Europa”. El problema no es solo el modelo del aparato, sino el entorno político, institucional y técnico en el que opera. Un Estado donde la seguridad es una consigna propagandística, no una política pública.
La imagen habla por sí sola: un avión de Ceiba Intercontinental con el fuselaje chamuscado, evacuado de emergencia tras un aterrizaje forzoso aún no esclarecido, es la postal que la dictadura jamás incluiría en sus campañas de “destino turístico”. El incidente fue minimizado por las autoridades, y hasta la fecha no se ha publicado informe técnico oficial alguno sobre sus causas. La seguridad aérea, como la justicia o la sanidad, queda en manos de la improvisación y el silencio.
Mientras la propaganda local celebra los vuelos a China, Dubái o Cotonú, lo que el ciudadano no ve (porque no se publica en La Gaceta Oficial) es que Ceiba tiene prohibido volar a cualquier aeropuerto europeo desde hace años. Ni París, ni Madrid, ni Lisboa. Europa no se fía. ¿La razón? Una mezcla de falta de transparencia, ausencia de auditorías independientes y sospechas de corrupción en la autoridad aeronáutica nacional. La Agencia Europea de Seguridad Aérea (EASA) ni siquiera logra dialogar con una Dirección de Aviación Civil convertida en caja negra del poder.
Como si fuera poco, los vuelos comerciales de Ceiba se cancelan con frecuencia sin previo aviso, a menudo no por razones técnicas, sino por caprichos de la familia dictatorial. Hay múltiples casos en los que los pasajeros han sido bajados del avión porque la Primera Dama debía “ir de compras” al extranjero, o para asegurar el abastecimiento privado de su supermercado «Muankaban«. En un país sin Estado de derecho, hasta el aire tiene dueños con apellidos.
Todo esto ocurre, además, con una plantilla de trabajadores maltratada. Los contratos del personal de cabina son irrisorios, con sueldos bajos, condiciones precarias y, en muchos casos, sin estar siquiera dados de alta en la seguridad social. Volar con Ceiba no solo pone en riesgo a los pasajeros, sino que explotar a su propia tripulación es parte del modelo.
La situación es aún más vergonzosa cuando se revisa la lista completa; además de Guinea Ecuatorial, figuran aerolíneas de Afganistán, Irán, Venezuela o República Democrática del Congo. Un club en el que no se ingresa por méritos. Sin embargo, mientras otros países luchan por salir de la lista, como Pakistán o Indonesia, Guinea Ecuatorial ni siquiera presenta alegaciones serias. La inacción es política de Estado. Y en una dictadura donde nadie rinde cuentas, lo urgente se disfraza de anecdótico.
Ceiba fue concebida como una joya del régimen. Hoy, convertida en parodia de aerolínea estatal, es incapaz de mantener una sola ruta internacional estable y segura. La corrupción, el nepotismo y la desidia han hecho del espacio aéreo guineoecuatoriano un peligro flotante, donde los boletos se pagan con miedo y los trayectos con incertidumbre. Ni la modernización anunciada cada año, ni la pintura de los aviones, ni los discursos en los telediarios cambian una realidad verificable: la Unión Europea no se fía de cómo se vuela en Guinea Ecuatorial.
Mientras tanto, los ciudadanos se resignan al silencio y los turistas, si es que existen, tendrán que llegar por tierra o mar… si es que los dejan pasar.