La cigüeña blanca (Onon Nfoma)

 

Por Fco ELÁ ABEME

En estas entrañables fechas, dos imágenes de mi dura pero feliz infancia africana se me vienen a la cabeza: a) La de mi madre afanada en que, con tanta gente en casa, no le fallara la logística, y b) La de la cigüeña blanca, que aparecía, invariablemente, en estas fechas, por aquellos lares, huyendo de los rigores climáticos europeos.
A mi madre, nada le hacía mas feliz que vernos felices. En días como estos, en los que lo más que se hace es comer, a ella lo que le gustaba era saber que la comida abundaba en las fincas y en la despensa. Ñames de todo tipo, cañas de azúcar, fruta, verdura, carne y pesca. Y, sobre todo, que el cazador trajera las piezas. Nada como un antílope que acaba de ser abatido, aunque me gustaban más los cogidos vivos en las trampas.

A esa edad de los cinco años, en la que todo se ve en tres dimensiones, confieso que me impresionaba la cigüeña blanca, con sus andares pausados, mayestático y observadores, buscando caracoles, babosas y gusanos, que abundan por estos lares, tras las abundantes lluvias de octubre.

Me hubiera gustado poder tocarlas, pero, al mismo tiempo, me daban miedo. Los mayores les tenían un respeto sagrado, me inclino a creer que se debía a su aparición justo en las fechas de Navidad.

La noche buena, después de las copiosas cenas, en los cenáculos, el pueblo se concentraba en el patio de la iglesia, cada poblado con sus bailes, hasta el amanecer. Lo curioso de entonces era que, los que más se alegraban, no eran cristianos. Simplemente acompañaban a los cristianos, con sano respeto. El patriarca no era cristiano, pero ya lo eran su «ekoma» y sus hijos.

Cualquier observador, que viera a nuestro Pueblo entonces, hubiera llegado a la misma conclusión: esta gente no está todavía preparada, pero sabe a dónde quiere ir, sabe a donde quiere llegar. Había que ver con qué esmero nos enviaban al colegio. Con qué elegancia vestían las mujeres. Cómo cuidaban su pelo y sus cuerpos, dentro de todas las limitaciones.

Queridos compatriotas, Guinea prometía. Nuestro café, nuestro cacao, nuestro aceite de palma, el palmiste, la yuca ahumada y todo lo que se podía vender, nos daba cierta autonomía, nos investía de dignidad.

Pues bien, este es el Pueblo que Obiang, con abundante petróleo, ha sabido sumir en la penuria.

Hoy se hacen planteamientos infantiles, ante la suerte que ha corrido nuestro Pueblo con esta tiranía. Se dice que si no «sabíamos» que lo que tenemos ahora era lo que nos esperaba. Bien, no. No lo sabíamos. Pero es que, aunque lo supiéramos, eso no nos debía condenar a la esclavitud colonial, ni el ejercicio de nuestro derecho a la autodeterminación le concede a nadie el derecho a tratarnos como lo hace la tiranía.

Todos los pueblos de la tierra han pasado por las penas que pasa nuestro Pueblo ahora. Ser libre siempre ha costado a los pueblos sangre, sudor y lágrimas.

Frente al colonizador, luchábamos para combatir la ocupación. Frente a Obiang y su tiranía, luchamos, nuestro Pueblo lucha por acabar con el sometimiento.

No hay excusas. Nadie las ha pedido. Nuestros padres ya hicieron lo que supieron y pudieron. Nos toca ahora hacer lo que nos ha correspondido. Dejemos de levantar el dedo acusador contra los que se «equivocaron».

Es el momento de acertar. Es el momento de demostrar de lo que somos capaces por conquistar nuestra libertad.

¡Se acabó el sometimiento!.

 

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