Por Raúl Rivero
La verdad sea dicha. Hoy por hoy, en Cuba se puede recibir una atención médica excelente —especializada y eficaz—, del mismo nivel que la ofrecida en los países más desarrollados. El problema es que a tal calidad de servicio sólo pueden acceder pacientes extranjeros que paguen en divisas fuertes. También pueden disfrutar de una buena asistencia sanitaria los miembros de la élite del gobierno y del Partido Comunista, así como sus parientes, amigos y amantes, además de figurones intelectuales foráneos leales al régimen castrista.
En los pocos centros de salud donde los enfermos gozan del privilegio de ser atendidos con esmero, delicadeza y buenos modales, por profesionales —médicos y enfermeras— de primera línea, no hay cabida para el cubano de a pie, de bicicleta china, de libreta de racionamiento (existente en Cuba desde 1963), y sin relaciones de amistad o parentesco con individuos de la nomenklatura.
Para el pueblo llano de Cuba —unos doce millones de personas—, sólo queda un sistema sanitario donde escasea todo. Las consultas y los ingresos se realizan en hospitales desvencijados, insalubres y sin recursos. Además de las condiciones ruinosas en que se encuentra la mayoría de los centros hospitalarios de la Isla, el cubano sufre los efectos de una tecnología médica obsoleta y la crónica escasez de medicamentos.
Los doctores disponen de recetarios de dos tipos. Si el paciente cuenta con pocos recursos, los facultativos le prescriben medicinas de la paupérrima red estatal de farmacias. En cambio, si su situación económica es más desahogada, lo envían a las boticas que comercian en moneda dura. En La Habana existe una veintena de estos últimos establecimientos, con estanterías repletas donde no faltan incluso medicamentos con patente estadounidense.
Desde la capital cubana, el periodista Iván García nos brinda este testimonio: “Cuando en esta Cuba del siglo XXI una persona tiene que ingresar en un hospital, cruza los dedos. Para empezar, la comida es de espanto. Además, tienes que llevarlo todo: sábanas, toallas, artículos de limpieza y ventiladores. Hay centros donde escasea el agua, y los familiares tienen que cargarla en cubos para poder asear a sus enfermos.”
Prosigue el corresponsal: “En ocasiones, una persona entra al hospital con un determinado síntoma, y por falta de higiene se le complica la enfermedad. Debido a la exagerada exportación de médicos hacia países en diversos continentes, es notoria la falta de galenos en hospitales y consultorios.”
Mientras Cuba disfrutó del apoyo de la Unión Soviética, su sistema de salud pública era aceptable y hasta superior a los de otros países de la región. Al interrumpirse el flujo constante de rublos proveniente de Moscú en 1989, la economía nacional cayó en crisis a causa de la torpeza natural que acompaña al socialismo en ese ámbito y en otros. En esas condiciones, la sanidad cubana fue relegada a la última posición en la lista de prioridades del régimen castrista, y sus recursos humanos fueron derivados al mercado internacional.
Los viejos guerrilleros de la Sierra Maestra en el poder desde 1959, reconvertidos en grandes empresarios, fueron descubriendo poco a poco que la exportación de médicos, además de potenciar la imagen del régimen, era un negocio más lucrativo que el turismo y la industria del níquel. Las cifras oficiales, incluso considerando su escasa fiabilidad, dibujan un retrato claro de este negocio. El personal médico de la Isla que trabaja en el exterior le reporta al gobierno cubano más de 6 mil millones de dólares americanos al año.
Estos programas de exportación de personal médico, mal llamados “misiones internacionalistas” por el gobierno cubano, no carecen de aspirantes. Las razones para tanta pulsión “humanitaria” hay que buscarlas en los salarios que perciben los profesionales sanitarios cubanos en el extranjero, muy superiores a los 50 USD por mes que ganan como promedio en Cuba. Dichos sueldos, no obstante, podrían ser mucho mayores si el estado cubano no se cobrara la “parte del león”. El gobierno de La Habana se queda con alrededor del 80% de la remuneración que el especialista recibe en el país de destino.
Asimismo, al profesional cubano le motiva poder comprar artículos que no existen o son muy caros en Cuba, así como adquirir el derecho de solicitar una vivienda al término de su contrato en el extranjero.
La población cubana —el eslabón más preterido de la cadena de atención sanitaria en nuestro país— podría estar representada por Zenaida Brito, una ciudadana corriente de 38 años residente en La Habana, que nos da su opinión con honestidad y altura de miras: “Nadie se opone a que nuestros médicos presten servicios en Haití o remotos parajes africanos, pero esos programas no deberían hacerse a costa de la falta de especialistas en nuestros hospitales, policlínicos y consultorios.”
Lo dicho. En Cuba, un grupo reducido de personas se puede atender en un hospital como si estuviera en un país desarrollado, y la gran mayoría de los cubanos como si estuvieran en Cuba.
Sobre el autor:
Raúl Rivero es un periodista, poeta y escritor cubano. Ha publicado más de una docena de libros de poesía, crónicas y reportajes.
Fue uno de los fundadores de la revista cultural Caimán Barbudo en 1966. Entre 1973 y 1976, fue corresponsal de la agencia Prensa Latina en Moscú y posteriormente director de su sección de ciencia y cultura.
En 1991, firmó la “Carta de los Diez Intelectuales” pidiendo reformas en Cuba, por lo que se convirtió en un perseguido político. En 1995, creó la agencia de noticias Cubapress, independiente del régimen cubano. En 2001, cofundó la primera asociación independiente de periodistas cubanos.
En 2003, fue condenado a 20 años de prisión por motivos políticos. Debido a fuertes presiones internacionales, fue liberado al cabo de año y medio con la salud muy deteriorada, y marchó al exilio.
Actualmente ostenta el cargo de vicepresidente de la comisión de libertad de prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), y colabora con los más prestigiosos medios de América y Europa.
Reconocimientos: Premio David 1969 y Premio Nacional Julián del Casal 1972, ambos otorgados por la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Premio Libertad de Prensa 1997, de Reporteros Sin Fronteras. Premio María Moors Cabot 1999, de la Universidad de Columbia, el más antiguo reconocimiento internacional en el campo del periodismo. Premio Mundial de la Libertad de Prensa Guillermo Cano 2004, concedido por la UNESCO.
http://www.unpacu.org/mi-denuncia-semanal-a-la-dictadura-castrista-19-de-septiembre-de-2016-por-jose-daniel-ferrer-coordinador-general-de-la-unpacu/
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Este artículo se publica como parte de la campaña “Mi Denuncia Semanal a la Dictadura Castrista”, promovida por la UNPACU (Santiago de Cuba) y el Foro América Unida (Santiago de Chile) con el fin de crear consciencia sobre la situación del pueblo cubano en todo el mundo.