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El Estado que no educa, ahora también prohíbe celebrar

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El edificio del número 42 de la Avenue Foch, en pleno corazón del París más exclusivo, fue precintado por orden judicial y entregado a una empresa privada de seguridad, poniendo fin al montaje diplomático sostenido durante más de una década por el régimen de Malabo. La mansión, atribuida a Teddy Nguema, fue presentada durante años como “embajada de Guinea Ecuatorial en Francia”, pese a que ni la justicia francesa ni la Corte Internacional de Justicia (CIJ) reconocieron jamás su estatus diplomático.
El cierre se consumó con absoluta claridad: candados en los accesos, placa sin escudo, y ninguna señal de actividad oficial. Un reportero de Radio Macuto desplazado al lugar, en horas hábiles de oficina, pudo confirmar que el inmueble está totalmente sellado y sin indicaciones sobre dónde dirigirse para trámites consulares o visados. El supuesto bastión diplomático de la tiranía de Teodoro Obiang en Francia quedó convertido en una casa vacía, sin bandera, sin embajador y sin función alguna.
Durante el operativo de precinto, las autoridades judiciales y policiales evacuaron a todas las personas que habitaban el edificio y sus anexos, con una única excepción: un joven que se identificó como «hijo de Teodorín» y alegó estar cursando estudios en París. A él se le concedió un breve plazo adicional para abandonar el lugar de forma voluntaria. El resto fue obligado a salir sin contemplaciones.
El inmueble había sido incautado años atrás por las autoridades francesas en el marco del caso de los “bienes mal adquiridos”, al considerarse una propiedad personal de Teodorín financiada con fondos públicos desviados. En un intento por evitar su confiscación, el régimen declaró el edificio como sede diplomática de Guinea Ecuatorial en 2012. Sin embargo, en 2020, la Corte Internacional de Justicia falló en contra de Malabo y dejó claro que el inmueble nunca cumplió con los criterios legales para ser embajada bajo la Convención de Viena.
Desde entonces, el Estado francés mantuvo la mansión bajo embargo judicial. El reciente cierre y custodia privada sellan el destino del edificio que fue durante años símbolo del derroche, el cinismo y la arrogancia del poder.
Horas después del desalojo, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Guinea Ecuatorial anunció el cese de Carmelo Nvono Nca como embajador en Francia. Aunque el relevo coincidió con el cierre del inmueble, fuentes próximas a Exteriores aseguran que su destitución ya estaba prevista desde meses antes, tras la publicación de una fotografía en la que el diplomático aparecía junto a miembros de la oposición en el exilio, CORED.
Nvono Nca, uno de los diplomáticos más antiguos del régimen, había encabezado personalmente la defensa del edificio ante la CIJ. Su salida refleja la fractura interna del aparato exterior del régimen y el desplazamiento de figuras tradicionales por otros perfiles más afines al núcleo de poder de Teodorín.
Con la embajada de París clausurada y sin nuevo representante designado, Guinea Ecuatorial queda sin embajador en Francia. A esto se suma el hecho de que la embajada en España también permanece sin jefe de misión desde hace más de un año, tras la llamada a consultas de Miguel Edjang .
El vídeo grabado en el número 42 de la Avenue Foch confirma lo que el régimen ya no puede maquillar: la llamada embajada de Guinea Ecuatorial en Francia es hoy un cascarón vacío, sellado con un candado común y corriente, como el de cualquier trastero. No hay bandera, ni escudo, ni funcionario alguno dando la cara. Solo queda una placa metálica muda, colgada como si alguien aún creyera que basta con un letrero para sostener una ficción diplomática.
Ni rastro de carteles sobre visados, ni atención consular, ni siquiera una nota que diga «cerrado por reformas». La soberanía, esa que el régimen dice defender con tanta vehemencia, ha sido reducida a una cerradura oxidada y una puerta sin llave.
Lo que ayer era símbolo del saqueo convertido en boato, hoy no es más que un decorado sin función, sin actores y sin público. París ha bajado el telón. Y en Malabo, como siempre, nadie aplaude… porque nadie quiere mirar.