Estaba ahí, una vez más,
mirando mi horizonte con norte.
Esta vez; con determinación.
Y, como si de mi quinta
vida se tratase;
escuché un susurro cálido
detrás de mi nuca.
Era un apuesto viril, mi Momó.
Me asusté… hasta el punto
que entristecí a mi alma,
de una forma inexplicable.
Dominé mis emociones
que estaban escondidos y revolucionados.
Y le pedí mis más sinceras disculpas, a mi alma,
cuando sentí que él
me enrolló con sus preciosas manos,
por detrás de mi cintura y me dijo:
¡Qué linda te ves, amor!
Me gobernó mi ridícula timidez.
Pero, al mismo tiempo,
sentí cada vocal como
el más preciado antídoto,
que volvía a dar vida a mi vida.
Estaba en cielo.
Dibujé en mi rostro,
una hermosa y contagiosa
sonrisa angelical,
que reflejaba todo lo que
el universo estaba regalándome,
con creces,
y a su lado.
Era la primera vez
que no sentía temor,
ni confusión,
ni mucho menos dudas.
Estaba donde quería estar siempre
con quien quiero estar por supuesto.
Y, mi alma, tan poderosa
se guiaba por sus más intimos instintos,
debatiéndose entre mi mente y mi corazón.
Esa vez, sin más resistencia, mi corazón,
no hizo caso a mi raciocinio.
Simplemente, encarceló con rejas, toda duda.