En las últimas apariciones públicas del sátrapa de Malabo, destaca por el uso de chaquetas de colores vibrantes, una elección de indumentaria que no pasa desapercibida, desde luego. Es curioso cómo la vestimenta, en este caso, parece convertirse en una extensión de lo que busca transmitir de su vida y prosperidad: un amarillo canario y un rosa que gritan extravagancia.
El rosa lo llevó en su aniversario, celebrado durante su último viaje a Korea del Sur, una ocasión que utilizó para festejarse a sí mismo mientras su pueblo sigue en la pobreza. Del amarillo canario, nadie sabe para qué ocasión es estos días; y del verde fosforito de sus calzoncillos, tampoco; imaginamos que, para ir «conjuntado». Estos detalles absurdos añaden un toque humano al disparate: un líder que emplea colores estridentes para ocultar un régimen tan opaco como su forma de gobernar.
Estos tonos llamativos son tan falsos como la narrativa que él mismo presenta al mundo sobre un supuesto «país de paz reinante». Detrás de esta apariencia, Guinea Ecuatorial es un estado marcado por el miedo, la inseguridad y una represión implacable que mantiene a la población en un toque de queda permanente, ya sea oficial u oficioso.
El dictador se muestra como el guardián de una estabilidad ficticia, pero esa «paz» no es más que el terror constante de un pueblo que vive bajo vigilancia, patrullado por mercenarios bielorrusos armados que recorren las calles de Malabo como si estuvieran en una zona de guerra. Y cuando no son ellos, son los tristemente célebres «Machetes», pandillas armadas que ya no esperan a la oscuridad para atacar. A plena luz del día y a cara descubierta, saquean y agreden a los comerciantes en los mercados de la capital, mientras las autoridades se mantienen al margen o, peor aún, parecen ser cómplices porque, se ha sumado otro grupo de violadores con armas de fuego reglamentarios que, solo portan las fuerzas de seguridad creando inseguirdad.
La ironía no termina ahí: el responsable directo de la seguridad nacional es su hijo y «heredero eterno» del trono, Teddy, conocido por sus lujos excéntricos y su total desinterés por los problemas del país.
Los colores brillantes que rodean a Obiang en las fotos no representan vida, sino un escudo hortera que oculta el oscuro legado de un régimen que ha afectado a generaciones enteras. Mientras él y su familia se benefician de las riquezas del petróleo, los hospitales colapsan, las escuelas están en ruinas y las calles de Guinea Ecuatorial se convierten en un desierto, donde la vida carece de garantías y valor.
¿De qué sirve llevar trajes tan llamativos si el país que gobiernas está sumido en el gris de la desesperación y el rojo de la violencia? Colores vivos que, lejos de inspirar esperanza, resaltan el cinismo de un hombre que se viste de vida mientras ha sesgado la de tantos otros.
Guinea Ecuatorial no necesita colores vivos vacíos; necesita justicia, seguridad y un gobierno que se preocupe más por su gente que por su propia imagen. De los Obiang, es imposible una mejora ahora ni se espera.