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Por Baron ya Bùk-Lu
Érase una vez, en una aldea de África Central, vivía un hombre llamado Alú. El señor Alú estaba obsesionado con probar la carne de serpiente.
Pasados unos días, Alú y su mujer venían de regreso de la finca y se pararon un ratito a descansar en el tronco de árbol que había en la orilla del riachuelo. Alú, depositó su ebará, y la esposa, estaba colocando bien su nkuéñ, cuando de repente se oyó, un ruido por encima de sus cabezas. Dirigieron a la vez la vista hacia arriba y vieron caerse desde lo más alto de un árbol un bulto enrollado que, segundos después, caía a medio metros de los dos. Era una serpiente de unos dos metros. El animal giró la mirada hacia la pareja.
Miraron al suelo y la señora, al darse cuenta de lo que se trataba, gritó
La mujer de Alú, sin moverse del lugar, observó cómo se marchaba la serpiente por el lado opuesto al que había tomado su marido, que sin parar seguía gritando y corriendo.
Cuando llegaron a casa, ambos contaron a los hijos lo que les había ocurrido y, desde aquel momento, Alú comprendió que para comer una serpiente había primero que matarla.
“Soñamos con satisfacer nuestros anhelos, deseos y vicios, pero cuando llega el momento de acción, huimos como cobardes”.
Fuente: Fundación Sur