Por José Eugenio Nsue
Alguien dijo, no sé quién, que había que aprender cada día algo nuevo, una palabra nueva o hacer algo nuevo antes de irse a la cama. Hasta cuando estoy de vacaciones, cuando estoy jubiloso y celebrando el dieciocho aniversario de mi Princesa, segunda de mis tres soles que Dios me ha regalado (el 16 de este), como un alumno obediente trato de aprender cada día.
Hace días, me llegó un vídeo en el que una paisana, a juzgar por su ‘acento’, hablaba de micro racismos en las sociedades occidentales, concretamente en España donde generalmente a todo el mundo: políticos, sociedad civil, el mundo de la prensa, la comunidad educativa y la sociedad en general se le llena la boca con que en España no hay racismo, España es una nación tolerante, pacífica y multirracial… cuando en realidad, lo que se vive a diario en las calles, en los centros de trabajo, centros educativos y en el seno de muchas familias es totalmente distinto.
Como dice la paisana en el video, el micro racismo consiste en ofender, denigrar, menospreciar, discriminar o simplemente rechazar al otro por su raza o color de la piel o por ser distinto pero de forma sucinta, sin llamar la atención.
Se ha dicho muchas veces que si uno no acepta o no reconoce que tiene un problema, es imposible que se pueda resolver o ser ayudado. Negar repetidamente de que no existe racismo en España como lo hacen sobre todo los medios de comunicación, los famosos opinadores de este país, los locutores y comentaristas deportivos, los políticos mientras que se ven a diario comportamientos y actos racistas en los metros, estaciones de guaguas como aquella mujer negra a la que un conductor no la dejaba subir en la guagua con un niño para ir a Albacete en pleno invierno en Madrid; en los campos de fútbol se ven como los jugadores negros son objeto de mofa, burlas, gritos emulando a los simios, escupitajos e insultos y menosprecios por sus propios compañeros; en los colegios e institutos donde hasta unos renacuajos (con cariño) de cinco y seis años se niegan a sentarse al lado de un niño o niña negro porque sus ¡¡padres!! les dicen que no se junten con los negros porque apestan y son transmisores de enfermedades; en los parques de muchos barrios los niños y parientes de color blanco se van a ver acercarse a niños negros o árabes; ya no digamos en las redadas policiales o controles rutinarios por las calles, en los aeropuertos, puertos o fronteras donde los negros, árabes o asiáticos son tratados como si fueran todos delincuentes sin respetarles el derecho a la presunción de inocencia. En los lugares de trabajo se vive y se soporta comentarios y gestos racistas todos los días de los compañeros que luego terminan con la habitual coletilla: ‘era una broma’.
Lo que pasa en este y en todos los países con el tema del racismo es igual que el tema de la violencia tanto de género como en general; mientras sigamos negando la mayor, justificar algunos comportamientos, actuaciones y hechos con la excusa de que se trata de «hechos aislados«; «no somos así«; «es un grupúsculo«; «son ignorantes los que así se comportan…», no se va a erradicar esos comportamientos y actitudes discriminatorios y anacrónicos. Este país peca de narcisismo y bonhemía imaginaria; los españoles nos creemos los mejores en casi todo, aquí nunca pasa nada; el problema lo tienen los demás países, aquí no hay racismo ni tampoco somos violentos como en los demás países y resulta que hasta hace ver un parlamentario negro en el Parlamento o en el Senado, era misión imposible a pesar de los más de 500 años de la colonización española en los territorios indígenas de América, Asia y África; ¿ver un negro en la selección española?: hay que remontar diez o quince años atrás; y así, en todos los sectores.
Recuerdo cuando firmé mi primer nombramiento como docente en la Consejería de educación y tenía que presentarme ante el equipo directivo de mi centro de destino; al llegar y saludar a la bedel que estaba en la puerta y preguntar por el director, ella me dijo que para matricular a mi hijo había que dirigirme a la secretaría y no a la dirección. Yo la dije que era el nuevo profesor que venía a sustituir a la recién parida; la cara con la que me miró era todo un poema.
Otro día, viniendo de Madrid con un vuelo de Hispanair sobre las 23.00h; aterrizados, estábamos pasando por el túnel antes de ir a recuperar el equipaje cuando se me acercaron dos policías vestidos de civiles, me presentaron sus placas y me dijeron que estaban haciendo un control rutinario; les di mi documentación pero ví que el resto de los pasajeros (más de 160 pasajeros blancos) pasaban sin pedirles la identificación; les pregunté si el control rutinario solo era para los negros ya que todos pasaban y no les preguntaban nada. Una alumna mía que venía en el mismo vuelo, me saludó: » buenas noches, profesor «; uno de los policías me preguntó si yo era profesor a lo que le contesté enfadadísimo: ‘y a ti qué te importa’.
Uno de mis familiares que trabaja de enfermera en el hospital general de nuestra isla me comentó de tantas anécdotas que le ocurre todos los días que estando en la sección de extracción de sangre, una persona se negó rotundamente a que ella le sacara sangre habiendo estudiado en España y trabajado durante más de quince años.
Cuántas veces les han preguntado los profesores y maestros a mis hijos que de dónde eran y cuando contestan uno que es de Madrid porque ahí nació y los otros dos que son conejeros porque aquí nacieron, ellos, los profesores les dicen que no pueden ser de aquí y siguen erre que erre con la misma pregunta. Mis hijos desde que nacieron nunca han pisado ni los pueblos de donde nacieron sus padres ni el país de nacimiento de sus progenitores; claro, esos sabios e ilustres profesores no entienden que no se puede ser de un país donde ni has nacido ni has estado nunca en tu vida.
En definitiva, el lenguaje tiene poder, es poder. Dios hizo el mundo a través del lenguaje (y dijo Dios…). Nuestra forma de hablar puede ser constructiva o destructiva; puede unir o separar, puede enamorar o herir. Depende de nosotros, los humanos, de luchar contra los micro racismos y demás actitudes ofensivas contra los demás. Ocultar la realidad o negar la evidencia es abonar el terreno para que los racistas y demás transgresores y fabricantes del odio y separatistas siembren su cosecha; y cuando nos demos cuenta, puede que sea demasiado tarde.
Así lo pienso y así lo digo; ¿ qué os parece?
WAU!!