El libro que Rubén Evuy ha dedicado al vicepresidente de su padre será , si es que no ha comprado toda la edición el aludido, un «Best Seller». Pero, siempre hay un pero, el título como que no cuadra con toda la adulación que ya se asoma desde la portadad.
Qué maravilloso debe ser el compromiso inquebrantable que Rubén Evuy le atribuye a Teodorín Obiang en su libro. Tan inquebrantable que, según parece, incluye la sacrosanta misión de adquirir un yate valorado en cientos de miles de dólares… ¡para la patria! Claro, porque ¿qué mejor forma de servir al pueblo guineoecuatoriano que anclando semejante joya náutica —supuestamente propiedad del ejército— en la Costa Azul, mientras el 90% de la población sobrevive con menos de un dólar al día?
Evuy, ese escritor de lo absurdo, nos quiere vender las hazañas de Teodorín con la delicadeza de quien describe a un samurái, omitiendo detalles menores como que el yate, registrado bajo «fines militares», tiene más historial de fiestas con champán que de maniobras navales. Los marineros locales, por cierto, aún esperan su invitación a bordo. Eso sí, se rumorea que el jacuzzi —perdón, «sistema táctico de hidroterapia»— ha sido testigo de reuniones estratégicas donde lo único que se defendió fue el derecho a la frivolidad.
El libro, desde luego, no mencionará que limpiar los restos de esas sesiones de trabajo requiere más personal de limpieza que soldados en el país. Pero ¿para qué ensuciar la narrativa con hechos? Mejor celebrar al líder visionario que convierte el erario público en un club playboy flotante. Después de todo, ¿no es eso guiado por el deber? Un deber, eso sí, hacia su propio reflejo en los espejos dorados del barco.
Entre tanto, el pueblo puede consolarse sabiendo que, mientras ellos mendigan medicinas, su vicepresidente invierte en defensa nacional… contra el aburrimiento. Porque, ¿qué sería de Guinea Ecuatorial sin un héroe que combate la rutina con orgías en alta mar y compras de propiedades en París? Evuy, con su pluma servil, nos recuerda que en el diccionario del régimen, «compromiso» se escribe con Y de Yate, A de Avenida Foch, y C de Corrupción.
Así, el libro no es una biografía, sino un manual de autoayuda para dictadores: «Cómo vacunar tu imagen con dosis de cinismo y un yate de regalo». Y si alguien protesta, siempre queda el lema de Teodorín: «El deber llama… ¡pero el yate no contesta!».