«No son los muertos los que en dulce calma la paz disfrutan de la tumba fría; muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía. No son los muertos, no, los que reciben rayos de luz en sus despojos yertos. La vida no es la que vivimos, la vida es el honor, es el recuerdo, por eso hay muertos que en el mundo viven y hombres que viven en el mundo, muertos «(¿Quiénes son los muertos? de Ricardo Palma. Perú, 1833 – 1919).
Por José Eugenio Nsue
Esta semana ha sorprendido a todo el mundo la trágica y consternada muerte de la mega estrella del baloncesto norteamericano, Kobe Bryant, mientras iba en un helicóptero de su propiedad junto con su hija Gianna de 13 años y otras ocho personas cuando iba a acompañar a su hija a un partido (domingo, 26/01/2020).
Cuando un mito muere, como en este caso, o cuando muere un ser querido es cuando despierta en nosotros la conciencia de esta realidad silente e inevitable; hasta entonces, muchos no son conscientes de que toda vida conlleva ineludiblemente la muerte, todo lo que nace, muere; el haber nacido nos hace obligatoriamente candidatos a esta realidad; la muerte es una puerta por la que hay que cruzar al igual que cruzamos la del nacimiento y por eso vivimos.
Lo que hace que la muerte nos resulte un misterio son sus apariciones sorpresivas, extrañas, sigilosas y alevosas. La muerte no utiliza ninguna lógica; mueren los ricos, a pesar de sus riquezas; mueren los pobres además de su pobreza; mueren los sanos, deportistas… tras haber llevado una vida sana sin fumar ni beber, y mueren los enfermos y viciosos; mueren los niños inocentes y mueren los viejos. La muerte no tiene miramientos, no es compasiva ni es tolerante; en cuanto toque a tu puerta, puedes vivir en un palacio, mansión como si vivieras en una chabola; puedes vestirte de Óscar de la Renta, Jean Paul Gaultier, Carolina Herrera, Georgio Armani, Donatella Versace o Dolce & Gabanna, como si llevaras harapos; puedes estar comiendo caviar o chuletón de Galicia, beber Dom Pérignon, Vitral de Otazu, Pingus, AurumRed, o almorzar y cenar la bambucha y beber Kiañ-kiañ o Malamba; lo tienes que dejar todo e ir con ella, por eso se dice que la muerte es un juez impenitente e implacable, es insobornable e incorruptible.
Quizá habría que preguntarle a la muerte por qué no hace distinción cuando imparte justicia; que lleve a aquellos que nunca debieron haber nacido, aquellos que tanto daño han hecho a la humanidad y a sus naciones; los Hitler, Mussolini, Mao Zedon, Stalin, Rey Leopoldo II de Bélgica, Pol Pot, Francisco Franco, etc; a los dictadores que han masacrado a su población, saqueados a sus pueblos y arruinado moral, ética, intelectual y económicamente, tales como Francisco Macías Nguema Biyogo ( Guinea Ecuatorial), Idi Amín ( Uganda), Jean – Bédel Bokassa (Centroáfrica), Mobutu Sese Seko (antiguo Zaire), Muamar el Gadafi ( Libia), Fidel Castro ( Cuba), Hugo Chávez ( Venezuela) o Augusto Pinochet (Chile), etc, es un alivio para la humanidad y se podría interpretar como un acto de justicia para aquellos que querían vivir y disfrutar de la vida; pero, cuando esta misma muerte lleva adelante de forma cruel a aquellos que han pasado por este mundo haciendo el bien, ayudando, colaborando y contribuyendo a la felicidad de las personas ya con su arte, su sapiencia o con su lucha por las libertades como fueron, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta, Nelson Mandela ( Madiba), Michael Jackson, Winnie Houston, Frank Sinatra, Luciano Pavarotti, etc, etc y ahora a Kobe Bryant; la muerte se convierte en un misterio que desconcierta. Uno no sabe si la muerte repara los daños causados por tantos psicópatas y criminales malparidos que pululan por el mundo, o causa daño a miles de millones de personas a quienes le han arrebatado sus seres queridos dejándoles huérfanos, viudas y viudos… y sin los constructores de la paz; no se sabe si la muerte es justiciera o arbitraria.
Tan mucho que el cristianismo nos recuerda que la muerte no es el final del camino, que aunque nos muramos, tendremos la vida eterna, nos resucitaremos (Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. Jn 11, 17-27); no deja de desolar y angustiar a las familias de los fallecidos por esa pérdida irreparable.
El caso es que sabiendo que nuestros días están contados, que el haber nacido nos aboca irremediablemente hacia la muerte; que cuando ella toca a nuestra puerta, no podremos llevar nada material que tanto nos hemos afanado por conseguir, ¿cómo es que no aprendemos a vivir como dice San Juan de la Cruz: ‘AL ATARDECER DE LA VIDA ME EXAMINARÁN DEL AMOR. Si ofrecí mi pan al hambriento, si al sediento di de beber, si mis manos fueron sus manos, si en mi hogar le quise acoger. Si ayudé a los necesitados, si en el pobre he visto al Señor, si los tristes y los enfermos me encontraron en su dolor. Aunque hablara miles de lenguas, si no tengo amor nada soy. Aunque realizara milagros, si no tengo amor nada soy’?
Si todos nos diéramos cuenta de que estamos en esta vida de paso y no sabemos cuándo la muerte tocará nuestra puerta, dedicaríamos todos nuestros esfuerzos y todas nuestras fuerzas en hacer el bien a los demás, en ayudad, amar y querer sin límites a nuestras familias y a todo el mundo; dedicaríamos nuestro tiempo en practicar la justicia, la caridad y el amor para dejar una huella con la que recordarnos siempre cuando ya no estemos.
Como me decía una ex cuñada: «hay que vivir en este mundo para que tu presencia influya y tu ausencia se note«. La presencia de Kobe Bryant, Michael Jackson, Nelson Mandela, Luambo Makiadi Franco…, así como la de muchos de nuestros padres, nuestras madres, hermanos y amigos han influido en muchos de nosotros y en la humanidad y sus ausencias se están notando y se notarán per semper. A ver si las vidas y presencia de los Obiang Nguema, Paul Biya, Nicolás Maduro, Bashar al-Assad, los miembros de la banda criminal y terrorista Boko Haram…, serán recordadas de igual manera e influenciarán por el bien de la humanidad o, en cambio serán borradas de la faz de la tierra por sus actos criminales.
Así lo pienso y así lo digo; ¿ qué os parece?