En el régimen de Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, la salud pública no es un derecho, sino una burla sistemática a un pueblo que vive en el abandono mientras su líder y su élite gobernante buscan refugio en los sistemas médicos más avanzados del mundo. Las recientes declaraciones de Obiang, en las que condena a las «altas personalidades» del país por buscar atención médica en el extranjero, reflejan un cinismo tan descarado como su propia trayectoria de dependencia sanitaria internacional.
Desde los primeros años de su mandato, Obiang mostró que la salud del pueblo no era su prioridad. Inicialmente asistido en Marruecos, pronto ascendió al exclusivo circuito de las mejores clínicas del planeta. Entre ellas, la renombrada Clínica Mayo Rochester en Estados Unidos, conocida por su atención de lujo y costos estratosféricos. Con el boom petrolífero, su lista de destinos creció, incluyendo Brasil, Suiza y los Emiratos Árabes. Estas clínicas, a las que pocos mortales pueden aspirar, han sido el refugio constante de Obiang, quien claramente no confía en el sistema sanitario que supervisa y promueve con retórica vacía.
Mientras tanto, en Guinea Ecuatorial, hospitales como el Nuevo INSESO son un testimonio viviente del fracaso de su régimen. Las condiciones deplorables incluyen:
- Maltrato laboral: Enfermeros cobrando como auxiliares, contratos injustos y guardias no remuneradas, con un personal sanitario atrapado en la frustración y el abuso institucional.
- Corrupción rampante: La nómina está infestada de «empleados fantasma», familiares y amantes de altos cargos, que cobran salarios sin trabajar y actúan como un cáncer dentro del sistema.
- Infraestructuras precarias: La puerta de urgencias de un hospital tan importante es cobijo de mosquitos, y los pacientes enfrentan una constante falta de medicamentos esenciales.
- Inaccesibilidad económica: Los precios de los servicios médicos, lejos de ser justos o acordes al nivel de vida de la población, son prohibitivos, dejando a los ciudadanos más vulnerables sin acceso a tratamiento.
El contraste no podría ser más insultante. Mientras el pueblo enferma y muere en hospitales colapsados, la llamada élite gobernante vive lo que puede describirse como un exilio sanitario dorado. Incluso familiares cercanos de Obiang, como su hermano menor fallecido en Sudáfrica y su suegra fallecida en Francia, no confiaron en el sistema nacional.
Las palabras de Obiang, apelando al «patriotismo sanitario» y a amar a Guinea Ecuatorial «con todas las consecuencias», no solo son vacías, sino ofensivas. ¿Qué consecuencias asume un presidente que huye al extranjero cada vez que tiene fiebre? ¿Qué patriotismo puede exigir a una población que enfrenta un sistema sanitario deliberadamente abandonado mientras él disfruta de la atención más avanzada del mundo?
El verdadero patriotismo no se demuestra con discursos, sino con hechos. Y los hechos son claros: en más de 40 años de mandato, Obiang ha despilfarrado los recursos petroleros que podrían haber transformado el sistema sanitario en un modelo para África. En su lugar, construyó una infraestructura fallida que ni él ni su círculo cercano están dispuestos a usar. ¿Por qué será?
La realidad es que el sistema de salud de Guinea Ecuatorial no está diseñado para salvar vidas, sino para reflejar la decadencia de un régimen que ha enterrado las esperanzas de su pueblo. Obiang no necesita palabras vacías ni promesas falsas; necesita mirar a su propia historia y preguntarse si realmente tiene la autoridad moral para hablar de patriotismo sanitario cuando ha convertido la fuga médica en su legado más consistente.