Por José Eugenio Nsue
«La familia es la base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por primera vez los valores que les guían durante toda la vida» (San Juan Pablo II).
Si comparásemos entre la educación de antaño y la actual, diríamos que nada tiene que ver una cosa con la otra y cualquier sensato dirá que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Antaño el concepto de familia y sus atribuciones no estaba en cuestión; antaño los padres ejercían autoridad sobre sus hijos sin la intromisión de exógenos; antaño la presencia de Dios y las enseñanzas cristianas eran tenidas en cuenta, así el 4º Mandamiento: ‘honrarás a tu padre y a tu madre’, era la consigna que los hijos aprendían desde los cuatro años. Estaba claras las funciones de cada institución: a los padres les correspondía educar a sus hijos y esos les pertenecían; a la Iglesia le correspondía adoctrinarles, o sea, enseñarles la moral y la ética cristianas (visto lo visto, resulta más necesaria que nunca); mientras que al Estado (Gobierno), le correspondía formar a los niños académicamente, garantizar su salud y bienestar social, ayudar a las familias, sobre todo las más vulnerables. Fruto de ese orden social, muchísimos de los que tenemos más de 40 años sabemos lo que es el respeto hacia los mayores, hacia los semejantes y hacia la autoridad; sabemos lo que es el esfuerzo, la disciplina, el sacrificio, la paciencia, la diferencia entre libertad y libertinaje; lo que es el amor y el respeto escrupulosos hacia los padres y la familia lo que contrasta con la modernidad.
Hoy en día todo se cuestiona, todo se ha vaciado de contenido, nada es nada. Vivimos en una cultura explosiva, una mezcla entre el nihilismo y el indiferentismo mezclado con el ateísmo. Los actuales opinadores, pensadores y políticos occidentales han llegado a la conclusión de que el concepto o la institución de la familia, además de cuestionable, es variopinta; la educación de los hijos no es competencia de los padres tampoco ellos son de los padres sino del Estado (dixit la exministra de Educación española, María Isabel Celaá). La nueva psicología pedagógica aconseja que a los niños hay que educarlos y enseñarlos sin trauma, con el diálogo y con los juegos; nada de gritos, hay que corregirles sin castigos ni físicos ni psíquicos; la única herramienta pedagógica de las nuevas enseñanzas es el diálogo; aquí están los resultados.
Estas últimas semanas en España, hemos visto y leído noticias de las monstruosidades cometidas por los menores y adolescentes: en Jaén, un joven de 22 años asesina a una adolescente de 14; en Elche (Alicante), un adolescente de 15 años mata con la escopeta de su padre a su madre, su padre y su hermano de 10 años; ¿motivo?: haberle castigado su madre por suspender cinco asignaturas quitándole el wifi; en Totana (Murcia), un joven de origen ecuatoriano mata a cuchilladas a su novia de 17 años y esconde el cuerpo en el interior del trastero; en Madrid, dos jóvenes de 15 y 25 años mueren a machetazos a manos de las bandas latinas Dominican Don’t Play y Trinitarios, etc, etc.
Todos esos sucesos han ocurrido en lo que va de este mes de febrero; si retrocediéramos al mes de enero del presente año o al anterior, las cifras de las muertes, heridos graves, robos, peleas tumultuarias y vandalismo callejeros causados por los menores y jóvenes serían incontables; es un fenómeno que está en auge. No se trata de hechos aislados como nos lo quieren hacer ver los medios de comunicación españoles que son tremendistas y contundentes cuando los mismos hechos se producen en el otro lado del Atlántico cuando los menores masacran con armas automáticas a sus compañeros y a los profesores en los institutos, o en el Tercer Mundo.
Lo que algunos nos preguntamos es: ¿ por qué no se quieren dar cuenta estas sociedades occidentales, desarrolladas y vanguardistas científica y tecnológicamente que el enfoque y el modelo de educación en valores planteados para la juventud han fracasado, esto cada vez va a peor?
Escuchando a los opinadores profesionales, a los expertos de la materia así como a los políticos que debían y tenían que dar solución a esta situación alarmante de la violencia juvenil, uno observa que unos se pierden en disquisiciones técnico – científicas, otros en divagaciones ideológicas y otros en explicaciones fenomenológicas, sin que se vislumbre resultados tangibles.
Uno llega a la conclusión de que la misma crisis que adolece Europa en la política (falta de líderes convencidos y solventes que fortalezcan tanto a sus países como al conjunto de la Unión Europea), en la economía (salvo Alemania y los países nórdicos, el resto de Europa está en una crisis crónica: hiperinflación, megaparo, trabajos precarios y sueldos míseros de los trabajadores no cualificados); crisis de identidad, existencial y crisis religiosa (un inmenso número de europeos no sabe quiénes son, cuáles son sus raíces ni en qué creer; dicen que son ciudadanos del mundo, que es no decir nada); también adolece de una profunda crisis social. Al cuestionarlo todo, los modelos culturales y tradicionales, la familia, al negar la existencia de un creador del universo, al rechazar las enseñanzas religiosas que al menos formaba a la gente ética y moralmente, y al adoptar el relativismo como principio vital por el cual se ha de concebir la vida; al proteger tanto a los niños, hablarles más de sus derechos y menos de sus obligaciones y quitarles a los padres y a los profesores la autoridad sobre ellos (el Gobierno es el que les dice a los padres qué hacer y no hacer con sus hijos; a los profesores qué y cómo enseñar; ahora se habla de adoptar y enseñar las matemáticas de género y con juegos; la lengua tiene que ser hablada, nada de ortografía ni gramática para no traumatizar al alumno y para el colmo, tiene que desaparecer los exámenes; todo alumno ha de pasar de curso con todo suspendido…, «si así lo estima el equipo educativo»); si el padre le riñe a su hijo, este puede llamar a la policía; si una menor se embaraza, puede ir a interrumpir el embarazo sin avisar a los padres. De aquellos polvos, estos lodos.
Yo pienso que es hora de reivindicar a los gobernantes que nos devuelvan a los padres los derechos sobre nuestros hijos, que no se inmiscuyan en la educación de nuestros hijos; ni tampoco se entrometan en la docencia de los educadores, que respeten la libertad de cátedra. Lo que esperamos de ellos, los gobernantes, es dotar de medios tanto a las familias para que puedan vivir con dignidad y en condiciones para criar y educar a sus hijos, como a los centros educativos para equiparlos, a los docentes para que se reciclen y se formen; sobre todo, exigimos de los gobernantes que legislen no primando sus ideologías, sino pensando en las personas y en el bienestar común. Como sigamos así, seguirá habiendo más niños monstruos, pero no sé a quién le beneficia.
Así lo pienso y así lo digo; ¿qué os parece?