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Anhelos inconclusos de 1968

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Busco desesperado en la penumbra de los días
la ansiada aurora perdida en el océano que no llega
ni con el soplo del tifón ni con el romper de las olas
gigantescas que braman en lo alto de los mares
y mueren en las playas arenosas de mi amado sur.
El muro de mi espera se hace interminable.

Mi pluma se aferra al indescriptible eco de un tiempo prometido,
mientras el huracanado vendaval azota con su furia
arruinando vidas, sueños, anhelos…
quebrantando nombres que ni la tiniebla
ni el olvido osan pronunciar.

Ay, tú, humilde pluma mía que sobre débil papel
confiesas inofensivos mensajes al compás de un alma cuerda
que te acompaña a afrontar retos,
a rescatar sueños vagabundos pero leales
que en la mar de inseguridad y de inquietud
se hallaban sumergidos, huérfanos de las musas,
sin poetas ni poetisas que reavivaran sus ardores,
pues habían sido condenados, violentados, sin hurtar,
sin criminalizar ni delinquir contra la Constitución.

Llovieron sobre vosotras humos de injurias
vomitados por fanáticos a merced del mandamás,
que cegados se lanzaban contra el vacío
a vender necedades en los medios,
crueles herederos del lejano pasado tenebroso;
que incitan solo a la violencia
contra quienes no comulgan con su ruin proceder
y el amo ordena cortarles la cabeza,
para cuando pulse el botón
y grite con su estruendosa voz:
–¡Servidme el postre!¡Traedme la cabeza!
Y así se la sirven en bandeja de oro.

Sí, sí, sí… se hallaban perecidas en el umbral de lo inconcluso,
custodiadas sus esperanzas como quien protege la última llama;
no, no, no… no puede mi alma no estar enfurecida,
adolorida, ni mi sensibilidad no estar enturbiada;
pues no, no… no guardan albergues para hospedar rencor
ni para aquellos que con sus perversidades
en mis entrañas sembraron innecesariamente la ira.

Pero para qué soy guineoecuatoriano si
ni siquiera puedo cantar,
cantar libremente mis versos,
ni gozar de las letras,
las letras cantadas en el mes de octubre de 1968;
aquellas letras de oro selladas por mi independencia,
las de mi himno nacional
que hoy solo reposan en sueños, sueños…
sueños envejecidos en el turbio tiempo presente;
perdidos en el anhelo de mis ancestros
por una vida fraternal, por una sociedad libre,
de culturas compartidas, por un estado de derecho,
de múltiples familias en un único núcleo de hogar:
el de la hermandad guineoecuatoriana,
pero que desde sus desdichados inicios se torcieron
y con ellos se marcharon a la tumba.

A paso lento camino entre huellas que se desvanecieron en el intento;
y así voy a seguir pisando fuerte las huellas de sus siluetas,
invocando uno a uno un claro futuro, un anhelo…
sus sueños justicieros que aún respiro en mis entrañas,
sobre un horizonte revestido de incertidumbres
pero que guardan secretos
que mi alma reconoce sin haberlos vivido,
la sangrienta lucha para nuestra independencia.

Sí, ya estáis muertos…
y yo, como otros, sigo vivo,
pero igual de muertos como vosotros estamos;
no puedo acallar vuestros gritos justicieros,
porque eternamente me moriría como vosotros,
cuerdos ancestros, leales padres de mi independencia.

Ay, esta lucha, esta lucha…
esta tremenda y ofuscada lucha ancestral
que aún reverdece en sanas conciencias
su cristalina visión futura.
Aunque hoy todo queda perdido
en la mar del olvido, de la oscuridad…
mi lucha, tu lucha, nuestra lucha desamparada,
sin puertos, sin claros horizontes continúa.

A dónde iríamos los vivientes sin vida
para ir a rendir vehementes homenajes a nuestros héroes,
aunque sólo sirvan para honrar sus sangres
y huesos cadavéricos exhumados,
incinerados y borrados durante la larga,
pero necesaria pelea;
pelea contra los monstruos opresores
para así reparar la amargura,
calmar la sed de justicia a familiares ansiosos por la verdad,
por vivir una vida de sosiego.

En las escuelas ni se estudia vuestra útil historia,
ni en nuestras costumbres se vislumbran vuestras insignias;
así han ido borrando vuestros bustos,
así ha ido muriendo nuestra historia,
así hemos ido traicionando nuestros principios
y cada vez naufragamos en el olvido,
por no inculcar en las almas presentes
ni en las venideras vuestros ingenios.

Cómo quisiera que el cauce del río
de las persistentes nubes en mi sociedad
me arrastrara hacia la clara orilla de un lago,
hacia las playas rocosas y arenosas de una mar cristalina,
para contemplar nuestro devenir incierto,
donde el ayer unta con su perfume perpetuo al presente,
rejuveneciendo vuestro paso, vuestra historia,
vuestros sueños que aún se espera
se disuelvan en un abrazo sin fronteras,
avivando los anhelos que en el hoy nos son arrebatados,
para que rendidos cedan ante la divina eternidad suspiros para nuestro alivio.

Fco Ballovera Estrada

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