El alcalde de Malabo saca de la cárcel a un asesino de niñas

Según denuncian fuentes locales, el militante de ASHO Gonzalo Ondo Nsegue, protegido del régimen y activo defensor del PDGE en redes sociales, fue puesto en libertad apenas dos días después de atropellar a dos menores en el barrio Fistown de Malabo. Una de las niñas murió en el acto y la otra se debate entre la vida y la muerte.

El presunto homicida huyó de la escena del crimen, dejando los cuerpos en plena vía pública. La policía lo detuvo horas después, pero, según testimonios difundidos por vecinos y activistas, bastó una llamada al alcalde de Malabo para que el militante recuperara la libertad. La orden fue clara: “que se quede en su casa dos semanas”.

Lo que muchos ignoran o prefieren callar es que huir del lugar de un accidente con víctimas mortales constituye un delito tipificado por la ley, castigado con pena de prisión. Pero en Guinea Ecuatorial, las leyes solo caen sobre los que no forman parte de la secta PDGE.

El propio alcalde de Malabo, nombrado a dedo y antiguo miembro activo de ASHO, no hizo más que proteger a uno de los suyos. En este país, la cadena de impunidad empieza y termina en el mismo círculo cerrado de poder, donde el partido, la administración y la milicia actúan como una sola maquinaria.

Mientras una familia vela a su hija y otra agoniza en el hospital, el responsable está en su casa viendo partidos de la Champios League, sin haber pagado un solo franco por los gastos médicos. No se ha presentado ante la familia ni ha mostrado el más mínimo gesto de arrepentimiento.

“Por ser de ASHO, solo pasó dos días detenido. Ni siquiera ha pagado las recetas médicas para salvar la vida de la otra niña”, denunció Antonio Mbela Boropu Bidang en su cuenta de Facebook.

Este nuevo caso de impunidad desnuda el poder absoluto del PDGE y de su milicia descerebrada, donde la lealtad al régimen se traduce en licencia para delinquir. En Guinea Ecuatorial, la justicia tiene dueño y el carnet del partido dedocrático funciona como pasaporte a la impunidad.

La sangre de las niñas mancha las manos de quienes, desde el poder local, decidieron liberar a un asesino.