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La realidad de la relación bilateral con los Estados Unidos de América



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El diario El País publicó este 2 de noviembre un reportaje titulado “The Guinean Obama who plasters Madrid with posters in a bid to become president”, centrado en la figura de Mariano José Nsué Obama, hijo de un exministro de Agricultura ejecutado tras el golpe de 1979 y residente en Madrid. El artículo lo describe caminando por las calles con cinta adhesiva y carteles con su rostro, bajo el lema “República de San Rafael Nsué Nchama”, presentándose como un nuevo candidato a la presidencia de Guinea Ecuatorial.
El texto de El País retrata a un hombre sin estructura, sin partido y sin recursos, que sueña con refundar el país desde España. Gana unos 700 euros al mes y dedica buena parte de ese dinero a financiar su peculiar campaña personal. La historia, entre lo simbólico y lo surrealista, pone el foco en un fenómeno cada vez más visible: la proliferación de “presidenciables” guineoecuatorianos, la mayoría sin base social, sin estrategia política y sin contacto con la realidad que se vive dentro del país.
Lejos de ser una anécdota, este tipo de acciones revelan la descomposición del espacio opositor. Por un lado, hay quienes, desde el exilio, convierten su nombre en marca personal y compiten por autorías y consignas, como si la lucha política fuera un concurso de egos. Por otro, dentro del país, queda apenas la sombra de lo que alguna vez fue oposición legal. El resultado: demasiados aspirantes y ningún avance real en la erradicación de la dictadura.
En Guinea Ecuatorial la palabra oposición debería significar coraje y sacrificio. Vivimos en una dictadura implacable, con pobreza en medio de la abundancia petrolera, persecución constante, corrupción a gran escala y un exilio forzado que no deja de crecer. Sin embargo, el panorama opositor está dividido entre dos realidades irreconciliables: la oposición real, que resiste pese a todo, y la oposición domesticada, que ha optado por ser parte del decorado del régimen.
La oposición real paga el precio más alto. Está en el exilio o en la clandestinidad, sin respaldo ni protección. Sus dirigentes sobreviven en la precariedad, sin financiación ni reconocimiento político. Ningún país con intereses estratégicos, ni EE. UU., ni Francia, ni España, ni China, se arriesga a incomodar al régimen de Teodoro Obiang: prefieren garantizar sus contratos de gas y petróleo antes que apoyar a quienes denuncian represión y saqueo.
Las instituciones internacionales tampoco ofrecen refugio. La Unión Africana, la CEEAC e incluso la ONU normalizan la dictadura con declaraciones sobre “estabilidad regional”. Para ellas, estabilidad significa negocios garantizados, aunque la población viva sometida. Así, la oposición auténtica queda doblemente aislada: perseguida dentro del país e ignorada fuera.
En ese vacío surge la oposición domesticada, tolerada porque no representa peligro. Ahí se ubica el CPDS actual, un partido que durante años se presentó como la voz de la oposición legal en el interior y que hoy no es más que una sigla hueca. Su secretario general, Andrés Esono Ondo, puede pasar meses sin un solo pronunciamiento público. En lugar de confrontar la dictadura, ha optado por la inactividad, como si la política fuera un trámite y no una lucha.
El silencio del CPDS actual no se explica por miedo, sino por complicidad. Muchos recuerdan los 360 millones que habrían recibido del propio dictador para acompañarlo en elecciones fraudulentas. Si ese pago existió, y la pasividad actual lo hace más creíble, la ecuación es simple: al CPDS le compraron la voz, y lo que queda es un partido que ya no es oposición, sino un mueble político comprado para adornar el salón del poder.
Hoy su actividad se limita a esperar una invitación de la Internacional Socialista o una foto con Pedro Sánchez. No hay mítines, ni trabajo de base, ni denuncias constantes. Apenas un tuit cada varios meses. Lo que fue un partido político se ha convertido en una oficina de viajes con membrete opositor, activa solo cuando alguna cancillería europea quiere simular pluralismo.
Un mueble no incomoda. Está ahí, quieto, ocupando espacio, y da la ilusión de democracia ante la comunidad internacional. Esa es la función que cumple hoy el CPDS actual: ser el decorado perfecto de una dictadura que lleva 46 años en el poder.
A la inacción interior se suma la confusión exterior. Desde España, Francia o EE. UU. aparecen figuras que intentan capitalizar el descontento, apropiándose de discursos ajenos o de causas que no lideraron. La historia del “Obama guineano” que recoge El País es solo una más en esa larga lista de aspirantes que confunden visibilidad con legitimidad.
Muchos de ellos, sin haber construido nada concreto, ya se presentan como jefes de Estado en potencia. Se declaran fundadores, inventores o creadores de todo lo que suene a Guinea Ecuatorial, incluso de las ideas que otros vienen trabajando desde hace años. Usurpan hasta el pensamiento.
La oposición no puede ser un escaparate de ambiciones personales ni una pasarela de egos. Necesita visión, disciplina y ética. Y, sobre todo, coherencia: no se puede denunciar la tiranía imitando sus vicios.
Demasiados presidenciables y cero avance. Porque, ¿cómo puede alguien jactarse de llevar más de cuarenta años en la oposición sin resultados en nada de lo que ha participado? Eso no es constancia: es la institucionalización del fracaso. Y es lo que prefieren para todos. «Si no soy yo, que no sea nadie», es el lema
Anunciar estruendosamente cuatro décadas de ineficacia y esperar que la sociedad lo aplauda es casi una burla. Guinea Ecuatorial no necesita muebles políticos ni caudillos reciclados, sino acción, coraje y dignidad. Quien no pueda ofrecer eso, no forma parte de la solución: forma parte del problema.
En este Día de los Difuntos, honramos a quienes entregaron su vida por la libertad de Guinea Ecuatorial, a los que soñaron un país justo y dejaron su nombre grabado en la conciencia de la nación.